martes, 23 de febrero de 2010

Los ojos

Parecía un día como cualquier otro, no había por qué sospechar algo diferente. La cama en su lugar; el cepillo de dientes. Una gata negra recorriéndome las piernas mientras preparó café. Café negro, con un poco de leche. Como siempre.
Pero sin embargo algo.
Hace días que pienso en jitanjáforas y que las situaciones más comunes y corrientes, se deforman en mi cabeza como vocablos inconexos, desconocidos, absurdos. Qué bien suenan. Y aunque no había algo diferente que las otras mañanas, quizás el aire.
De todas maneras, seguí. La rutina era inmodificable y cual autómata, me entregué a ella. Desayunar, vestirse, peinarse. Todo eso estando dormida aún. Él también estaba dormido. Conducirlo a través de su sueño es mi tarea de la mañana y probablemente, sea mi balde de agua fría. Pero esa mañana, aún el sueño,…
Si era algo en mi propia cara, no podía verlo. En la suya, quizás el aura, la energía. Eso que no se ve y se siente inexorablemente. Puede que fuera la humedad que hacía días se había instalado entre nosotros, y me hacía fabular con una evolución de la lluvia hacia cielos sin nubes. Pero cómo…
Esa era la gran pregunta. Pero cómo. Siempre la misma pregunta, la misma pequeña duda que derivaba en grandes agujeros negros, en dudas existenciales, en búsqueda de petróleo ontológico, siempre en grande, y que generaba espacios de actividad mental desmesurada, de raciocinio obligado, de conclusiones, de exigencia de resultados. Esa pregunta que por momentos se conformaba con saber que no se sabía cómo, pero se tenía una leve idea. Que se contentaba sabiendo que había otros que no tenían ni idea qué; y eso si era estar peor; pero que a los 5 minutos se daba cuenta que así no era cómo, y entonces seguía en el camino de la flagelación, porque conformarse no estaba en los planes de ningún cómo. Ni tampoco de un quién que respondiera con su nombre.
Colectivo, corridas, calor. Un rincón cómodo dentro de lo incómodo, que me permita esconder mi cabeza en un libro, y sobre todos mis ojos de aquellos otros ojos que desde el segundo asiento saben que nos conocemos, y se esconden en otras hojas, en otras líneas. Esa es la única forma en que podemos encontrarnos, después de compartir 10 años juntas en el colegio. Gloria a Facebook. Así tampoco es cómo.
“Esto no es lo que quiero”, me digo. Y entonces, ¿qué quiero, qué espero?
Un cómo, varios qué, alguna que otra negación. Y súbitamente, descubro que hoy es como si tuviera otros ojos, diferentes, que no fueran míos. Y decido ponerme a escribir que aunque parezca un día como los otros, hoy no lo es.

Sobre Casas vacías de Brenda Navarro

  Casas vacías  es la primera novela de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Está organizada en tres partes;   Primera, Segunda y Tercer...