miércoles, 19 de febrero de 2020

.las palabras y coso (perdón Foucault)



Siempre, no sé al final alguna vez lo notaste, era yo la que inventaba las palabras que vos adoptabas. Para mí, es tan importante ponerle apodos a las cosas y nombres nuevos a las situaciones… Sobre todo, porque me parecía terrible, aunque quería hacer de cuenta que no me importaba, que nosotros no tuviéramos un apodo y que nos llamáramos por nuestros nombres. Que no tuviéramos un código que fuera nuestro. Que fuera igual que cualquier otra Mariana que hubieras conocido antes, que solo a veces me llamaras Marianita. Marianita me dicen en el trabajo. Que ni en los momentos más íntimos hubiera un desliz, una melopea sin sentido, una forma de nombrar algo que no sabias qué significaba hasta que la dijiste. Es que pensabas tanto todo, que te olvidabas de pensar en lo importante. Crear palabras es un ritual necesario.
Me molestaba hasta el nombre que le habías puesto a tu gato: un capricho infantil que no pudiste resolver a tiempo. Yo, por supuesto, jamás lo llamé por su nombre.
Sin querer descubrí que tus palabras habían sido las mismas siempre, para todas. Que lo único que hacías era cambiar el rol o el personaje, pero no las palabras, ni el registro. No sabías nada de narrativa ni de relaciones. Me dolió leer palabras que creí que eran para mí destinadas a otras. Siempre las mismas; los puntos y las comas en su lugar.
Me di cuenta de que había dejado de quererte un día, cuando sin querer dije algo que era para otra conversación, para otro interlocutor. Con el tiempo, empecé a decir cosas que sabía que no ibas a entender, porque venían de otros códigos, más viejos, que compartía con gente que como yo, sabía qué importante es ponerse de acuerdo a la hora de nombrar algo; que a la vez que lo nombra, lo crea. Me di cuenta de que tampoco me querías, cuando ni siquiera preguntaste lo que no habías comprendido. Se tejieron en el aire más explicaciones de las que hubiéramos podido contarnos, explicaciones que no estaban dichas pero estaban claras. Y ahí, cuando me quedé sin palabras y ya no las necesité, tampoco necesité que siguieras quedándote donde parece, nunca habías estado. 

Sobre Casas vacías de Brenda Navarro

  Casas vacías  es la primera novela de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Está organizada en tres partes;   Primera, Segunda y Tercer...