viernes, 23 de julio de 2010

La realidad estaba en otro lado!

La vida se rige por medidas inconmensurables. Me lleno de color y mis pies, más que el piso, miran las líneas de las baldosas, juegan a la rayuela mientras yo, mayor y ya adulta, intento caminar.
Y qué me importa si canto mal, si entre los árboles los rayos de sol juegan a darme luces y sombras?
Y qué me importa si el pasto está humedo todavía, si un rayito hace foco justo en una gota de rocío debajo de la cual, un instante, pasaba una hormiga?
Y qué me importa el frío, si una correntada que sube por mi espalda y me estremece, me obliga a cerrar los ojos, y abriéndome la nariz, me trae el aroma de todas las hojas caídas, de todas las tormentas recibidas por la tierra? Qué me importan las palomas, si todavía sólo se acercan para pedirme comida?
Sólo el viento, solo el viento siguió mis pasos. Y a pesar de eso, sólo el viento, yo siento que todo está unido.
La escenografía me abruma un poco, cables negros se unen a edificios altos que me dosifican la luz, pero acá...acá nomás, sin embargo, un árbol que parece dibujado y más allá el cielo turquesa, inmenso, me abre el pecho y la percepción. Alguna nube curiosa, que ni llega a estar equivocada. Tan liviana, lejana, intocable. Y yo que estoy viendo, a la vez estoy ahí. Estoy acá. Unida por quién sabe qué fuerza a esta misma superficie por la que la gente camina, los chicos juegan, los autos corren hacia otros destinos, siempre a otros destinos, siempre yéndose. Y el cielo allá, recortado entre otras figuras, imposible de medir, de agarrar, de limitar; y yo acá, seguimos unidos, nos quedamos sólo por el placer de hoy, sólo por estar tan llenos de sol.

martes, 20 de julio de 2010

Un largo pasillo.

Los recuerdos son confusos, porque sigo estando en el mismo lugar que en aquel entonces, pero la realidad era muy distinta. Todo, en mis recuerdos, tiene otras dimensiones. El pasillo era largo e interminable, húmedo, oscuro por partes y con grandes claridades en otras. Desde la puerta de la calle, la entrada a aquella casa vacía era como el pasaje a otra dimensión, a otros tiempos, cuando vivían allí esos seres oscuros, que mi gran imaginación transfiguraba en brujos, sospechando que en ese comedor se preparaban las pócimas más dañinas que ningún dibujito animado hubiera imaginado nunca, ni siquiera el malvado Gárgamel. Y mientras nadie vivió en ella, solía acercarme, en puntas de pies, para escuchar a través de la fría chapa de la puerta, segura de que aunque se hubieran mudado, seguían viviendo allí.
Hasta que un día, sentada en la puerta de mi casa, vi llegar a "los nuevos"...los que iban a ocupar ese territorio inexplorado llamado, a secas, el fondo. Miento si digo que no tuve miedo y que no sentí que fueran intrusos de mis fantasías, que venían a robarse mis ratos de espionaje mágico, porque ahora sí iba a vivir alguien y espiarlos sería incorrecto. Los miré llegar con intriga, y un poco de melancolía, algo de esperanza y, en el fondo, una profunda curiosidad. Quizás aún más fuerte que la que sentía por los monstruos que ahora me abandonaban definitivamente.
Primero con timidez, con la inocente timidez de la infancia, y luego con entusiasmo, empezamos a construir una especie diferente de la amistad que yo conocía hasta el momento. No eran los amigos del colegio, no eran los amigos temporales de la colonia. Era una amistad distinta, que estaba ahí...a pasos de mi puerta y que ahora iba a buscar ya no en puntas de pies, sino corriendo descalza, atropellada por mis propias ganas que hacían que las distancias fueran más grandes que las reales. Quizás por eso, las dimensiones son confusas en mis recuerdos.
Y así, el largo y humedo pasillo que nos unía y a la vez, separaba de la calle, se transformó en otro lugar. En el territorio de guerras libradas por batallones de soldaditos de plástico, en los departamentos increíblemente grandes de nuestras falsas Barbies, en ciudades de Pinipones, y en cualquier cosa que se nos ocurriera, porque aquel pasillo era nuestro. La patria de la infancia, es aquel pasillo que hoy recorro y que todavía tiene un susurro de niñez, muchas carcajadas a lo lejos y unas cuantas figuritas pegadas en la pared.
Ya pasaron 14 años desde aquellos días. Y no sólo los años...pasaron litros de agua en pavas y termos, kilos y kilos de yerba, montones de palabras inventadas, noches de confesiones, noches de estudio, noches de risas (que siempre están presentes, hasta en los peores momentos), consejos varios, interpretaciones de lo más ilógicas, aceptaciones más que lógicas, desmayos en boliches, camas compartidas, análisis de sueños. La pequeña amiga que jugaba conmigo a Los Locos Adams, con la que hacíamos interminables listas de cumpleaños, repletas de regalos imposibles, con la que tomamos las chocolatadas más dulces del mundo y con la que aprendimos todas las posibles acepciones, conjugaciones y deformaciones de las palabras y los sentimientos...hoy es mi gran amiga, la que me agarra de las manos cuando quiero romper todo o saltar al vacío, la que pone el hombro y llora conmigo, la que sin exceso, siempre me dice palabras justas. Aunque a veces no sea lo que quiero escuchar, claro. Mi gran amiga, que siempre está dispuesta a sentarse conmigo en el piso y volver a ver la vida desde ahí, donde todo era más simple estando juntas. ♥
Y aunque ya nada es lo que era...lo que venga vale la pena si en mi camino estás vos!

sábado, 17 de julio de 2010

Ensayo ( para la materia Los Textos en la Cultura- ISP)

Cuando el sentido se mide en caracteres.
Ensayo sobre algunos paradigmáticos ejemplos actuales, que generan más dudas que conclusiones.
“¿Será necesario admitir que, a partir de ahora, cada forma de la positividad tiene la “filosofía” que le conviene: la economía, la de un trabajo marcado por el signo de la necesidad, pero prometido finalmente a la gran recompensa del tiempo; la biología, la de una vida marcada por esa continuidad que sólo forma los seres para desatarlos y que se encuentra liberada por el mismo de todos los límites de la Historia; y las ciencias del lenguaje, una filosofía de las culturas, de su relatividad y de su poder singular de manifestación?”
Michel Foucault – Las palabras y las cosas.
Luego de leer los apuntes sobre los que podría preparar el final, concluí que ninguno se merecía más que los demás que lo eligiera, que todos tenían cosas en común para poder unirlos en algún lugar del pensamiento. Y recordé que en alguna página de “Las palabras y las cosas”, había leído esta frase con la que comienzo este intento de ensayo. Sé que el tema es largo, sé que ameritaría una investigación más profunda y que si dispusiera del tiempo necesario, podría dar un resultado mucho más capitalizado, pero también sé que los apuntes me dispararon temas que están presentes en mi cabeza hace rato, dudas y pensamientos que piden la reflexión. También sé que el tiempo es tirano y que en estos momentos, el contenido se mide en caracteres tipeados rápidamente desde alguna computadora en este mundo globalizado. Así que allá voy, a tratar de darle sentido y forma a unos vagos pensamientos.
Parece que el futuro llegó, que ya está entre nosotros. Y nosotros, dentro de él, tomamos diversas posturas. Están los que eligen aprovecharlo, con todas sus opulencias y ventajas vociferadas por todos los medios, nuevos y viejos. Están los que no entienden y se alejan en una nostalgia arrabalera que extraña el radioteatro. Y estamos aquellos que no podemos evitar tratar de explicarnos a nosotros mismos lo que pasa en nuestra realidad. Nuestra realidad, que cada día parece ser menos realidad y más virtualidad. O al menos, eso parece ser el objetivo. Llegado este punto, ya tengo varias preguntas: Si nuestra vida, hoy es más virtual que real… ¿Cuánto sentido habremos perdido en el paso de lo analógico a lo digital? El objetivo, ¿de quién?
En la nota de ADN Cultura, Jorge La Ferla habla de la llamada “muerte del cine”, asociada a la desaparición de los soportes que el cine, tal como lo conocemos actualmente, utiliza desde su nacimiento. Si bien, a lo largo de la historia, la tecnología tocó con su magia a la industria cinematográfica para modificar y mejorar determinados procesos, lo que hoy en día sucede es totalmente diferente, ya que estamos en los umbrales del completo abandono de lo conocido como cine, para dar paso a las nuevas tecnologías digitales. Si Marshall McLuhan viviera, nos diría que el contenido de un nuevo medio es siempre otro medio. Así que sí, podríamos decir que el cine ha muerto.
Pero, si vamos un poco más allá, vemos que la mayoría de los medios tradicionales, han ido mutando en los últimos años. El futuro del libro probablemente sea el smartbook, (aunque los nostálgicos siempre elijamos abrir un libro de papel para sentir su inigualable olor a libro nuevo.). Los diarios ya tienen sus homónimos digitales. La música se desmaterializa, se transforma en bits y se baja de Internet. La radio también se escucha por la web. Susan Sontag dice, con respecto al cine: “Si la cinefilia ha muerto, el cine, por tanto, ha muerto…no importa cuántas películas, por muy buenas que sean, se sigan haciendo. Si el cine puede resucitar, será únicamente gracias al nacimiento de un nuevo género de amor por él.”. A una conclusión similar llega La Ferla diciendo que sin el espectador, el cine no es tal. Estamos viviendo entonces, más que una muerte de los medios, una forma diferente de consumo. O una muerte de otras cosas. La pregunta ahora es…¿la muerte de qué?
¿Será la muerte del contacto? ¿De lo establecido? ¿Del sentido? ¿Qué más habremos perdido?
Emisor, receptor, mensaje, un canal. Entenderse, comunicar con un fin. Comunicar, por el fin de formar sentido, de formar opinión, de formar cultura. La palabra comunicación proviene del latín "comunis" que significa "común". De allí que comunicar, signifique transmitir ideas y pensamientos con el objetivo de ponerlos "en común" con otro. Esto supone la utilización de un código de comunicación compartido. Un código compartido que forma parte de algo más grande, que nos contiene y nos une por lazos invisibles: los lazos de la cultura.
Para Freud, la Cultura es precisamente la causa de la pérdida de nuestra autenticidad, de nuestra libertad, de nuestra plena individualidad. Somos lo que nos deja ser la cultura, cuya finalidad no es la felicidad de los individuos, sino la represión de nuestros anhelos más fuertes. Y continúa, diciendo que el principio del placer, guía de la felicidad individual, es el enemigo permanente de la cohesión social, de la cultura, que no puede permitirse concesiones que la sitúen en un segundo plano. Pero como las expectativas del individuo sí que barajan la posibilidad de una mayor realización personal en un mundo más alejado de las urgencias de las sociedades primitivas, se percibe la relación individuo-cultura, no como una integración, sino como una oposición. La cultura produce malestar, porque hay individuos que exigen los dividendos de tantos siglos de represión y piden a la Cultura mayor libertad.
Me doy cuenta que vivimos en el cambio hacia una cultura más permisiva en la que yo no me siento tan cómoda. ¿Por qué será? Si me ofrece más libertades, si puedo hacer “lo que quiero”, si casi no se siente la coerción, si el hecho social y el Durkheim del que me hablaron en el CBC casi parecen no existir en mi vida cotidiana, si la televisión, la radio, el Facebook, Twitter, los blogs, todo lo que me ofrece esta neocultura de masas que divide la masa en bizcochitos customizados me permite expresarme, ¿por qué yo, por qué, no me siento más cómoda?
Será porque no le creo, será que no quiero, será que no me gusta como se “usa” la libertad virtual que me quieren vender.
La neocultura me seduce, intenta seducirme, y yo me resisto. Aquí aparece el apunte de Grijelmo. La seducción reside en las palabras, en esos recipientes repletos de pensamientos e ideas en palabras del autor, y que, como objetos inmersos en esta era del vacío, repetimos, escribimos, posteamos, bloggeamos, rtwitteamos, sólo aquel recipiente; pero sin pensar muchas veces en las ideas y los pensamientos que hay detrás.
“Facebook te ayuda a comunicarte y compartir con las personas que conoces.”
La verdad, Facebook, debo decirte que no ayudás a nadie a comunicarse, que sos más bien un depósito de cosas que la gente no tenía dónde poner y ahora puede vomitar virtualmente. Mucho menos compartir con las personas que conozco. Las personas que conozco y me conocen, saben cosas de mí porque me interesó hablarlo con ellas, porque las hago partícipes de mi vida, y porque viven, realmente, viven conmigo esas cosas. Y además, hagamos una encuesta y veamos cuántas personas tienen sólo “personas que conoces” en Facebook. Los resultados son abrumadores, y hablo con conocimiento de causa, porque a mediados del año pasado, fui parte de una encuesta que una amiga, a punto de recibirse de psicóloga, realizó como parte de su materia Informática, educación y sociedad. “Hay una tendencia a la fragmentación, ya que mostramos distintos aspectos de nosotros. Y por eso es una personalidad de corta y pega.”, decía en una parte su tesis final. Es verdad, hay una tendencia a la fragmentación, y yo, puede ser que sólo sea una terquedad, huyo de las cosas fragmentadas. Me gustan más los enteros, los veo más auténticos. Sobre todo, cuando la gente que “conozco”, pone en Facebook cosas que sé que no son ciertas. Cuando veo cómo la gente trata de mostrar lo que no es, para los que, justamente, no los conocen, los vean y se crean ese Frankenstein inventado en que convirtieron a su personalidad gracias a Facebook, mientras yo me sigo preguntando, a la vieja usanza, quién soy, qué quiero para mí, cómo ser mejor persona. Cosas que parecen, hoy día, bastante innecesarias en esta neocultura de individualización masiva, con todas las contrariedades que acuña esta definición, si total, tenemos un montón de solicitudes de amistad pendientes en Facebook.
“Descubre lo que está ocurriendo en este momento, en cualquier lugar del mundo”, dice Twitter en su página de inicio. Otra vez, la promesa de las grandes palabras. Descubre, como se descubren los grandes tesoros, lo que está ocurriendo en este momento…la inmediatez, la omnipresencia que nos promete poder estar en otros lugares, sin estar allí. Lo mismo de lo que habla Pablo Boczkowski en su capítulo sobre las experiencias vicarias. Aunque la virtualización haga que las cosas cada vez sean más “como si” y las palabras, a su vez, nieguen ese “como si” para decir que eso es en realidad estar ahí…sabemos que no lo es. Sabemos que no es lo mismo ver el mar y chatear con gente que está ahí, que embarcarnos en una experiencia que nos llenará los sentidos. Ir al cine no es lo mismo que ver una película 3D en casa, aunque tengamos los anteojos que nos permitan disfrutar de todas las dimensiones. Escuchar la radio, sintonizar el dial, mover la antena para recibir la señal correcta, nunca será lo mismo que tipear en nuestro navegador la web de una radio. Pasar las páginas de un libro, nunca será lo mismo que presionar un cursor o una pantalla táctil. Aunque las palabras traten de seducirnos, nuestros sentidos nos imploran que los escuchemos.
La banalización del saber
Cuando todo es genial, lo genial deja de serlo.
En su capítulo “Experiencias Vicarias”, Pablo Boczkowski nos hace un recorrido por el camino que debe recorrer un medio para cambiar y ofrecer a sus lectores un nuevo formato. Me llama particularmente la atención cuando dice “Todas estas transformaciones representaron un desafío para las identidades ocupacionales de las personas encargadas del proyecto”, y lo relaciono con lo que dice de la función de los periodistas que, según el autor, mutan de proveedores de la información a meros intermediarios entre esta y los usuarios.
Lejos de no ver las virtudes de la tecnología y lo digital en que nos encontramos sumergidos, que no dudo, existen, me interesa más poner luz sobre aquellas facetas de lo nuevo que parece bueno incuestionablemente. El progreso, lo bueno, siempre hacia adelante, creo que nos está dejando un poco ciegos. Y aún más lejos estoy de querer perder de vista estos asuntos.
El cambio de las identidades ocupacionales, también, tiene que ver con la sociedad que utiliza internet (a estas alturas, ya me niego a escribirlo con mayúscula) para buscar información y para darse a conocer. La web 2.0, cooperativa, plausible de ser modificada por cualquiera, de contenidos que nadie chequea y en los que todos confiamos, habla también de un cambio en la identidad de la información y del saber.
De la misma forma que cineastas experimentales como David Lynch utilizan nuevas tecnologías para producir sus películas, y crean productos con cámaras casi caseras, con un objetivo determinado, con un fin de comunicación, con una estética determinada que es coherente con el mensaje que nos quieren hacer llegar, la accesibilidad cada vez mayor de los usuarios comunes a determinadas tecnologías crean una aparente sensación de que cada uno puede decir y hacer lo que quiera.
No puedo olvidarme de que hace algunos años, cuando recién se popularizaba el uso de Fotolog como medio de expresión de los más jóvenes, Cielo Latini, hoy devenida en escritora que ya publicó dos libros autobiográficos, entrenaba futuras bulímicas y anoréxicas a su imagen y semejanza.
Hoy día, si alguien tiene una duda, busca en Wikipedia, y toma como verdades cosas que escribieron otros y cuya única veracidad es el hecho de que todos lo avalamos. Si alguien nos hace un comentario sobre algo que no conocemos, nos basta con “googlear” y mágicamente, nos evitamos pasar por la embarazosa y ya innecesaria situación de no saber, porque leímos 3 líneas de aquello que no conocíamos hasta recién…ahora sabemos.
¿Ahora sabemos?
Mi sobrino sabe que Star Wars es un videojuego. Por más que trate de explicarle que Star Wars es una saga de películas que revolucionó el cine en los años 70, que revolucionó el marketing y que Harrison Ford todavía cobra regalías por su personaje de Han Solo…para él es un videojuego. Y así, con tantas otras cosas, el saber se ve vacío de contenido. En cuestiones mucho más importantes que una película o un videojuego, los nativos digitales tienen un concepto del saber y del conocer mucho más reducido y conformista que el que teníamos antes, cuando saber implicaba leer, ir a la biblioteca, preguntar, involucrarse. Ahora con unos cuantos clics, se soluciona todo. Y así se forma la realidad fragmentada de nuestros jóvenes. Como las personalidades de Facebook, saberes de corta y pega.
Lo que más me asusta, es cómo es de contagiosa esta actitud. Cómo no sólo no hay mucha gente que trate de cortar con esto, sino que se propaga como un virus. Como la gripe A, una realidad inventada en la que nos es mucho más fácil creer, que investigar. Confiar, que ir más allá. Ser masa individualizada, que individuo.

Leo infinidad de veces por día la palabra “genial”. Este video de Youtube es genial, la teoría de la relatividad es genial, genial es el absurdo de Hitler viendo el final de Lost, genial es que alguien se ridiculice en público, Ricardo Fort es genial, Tinelli es genial. ¡Pobre Leonardo Da Vinci! Qué diría si se viera metido en esa bolsa gigante de matices, todos faltos de criterio, en los que aprovecharse de las posibilidades que la libertad virtual nos ofrece, merece los aplausos de pie. Dudo que le pareciera genial. Y no es que carezca de sentido del humor. Pero me es imposible reírme viendo más allá de lo obvio, viendo más allá de lo aparentemente genial, viendo cómo etiquetamos la realidad como nos parece, recortándole, a cada paso, un poco más de sentido. Porque de la misma manera que es fácil decir la palabra genial, que no deja lugar a dudas, también está su contrapartida. La gente que cree que leyendo y no entendiendo tres páginas de un libro de Borges, se siente con derecho a decir que Borges no le gusta. La gente que yendo a ver películas de realización independiente, califica de “mierda” a todo lo que no le gustó, porque no satisfizo sus necesidades pochocleras de azúcar en sangre.
Todo forma parte de un mismo proceso de banalización del saber en el que parece ser que hablar, es saber. Que todo sea opinable, nos da la opción de opinar y ¿por qué habríamos de desperdiciarla?. Todo es posible, todo es experimentable. Todo se puede. Llego la hora, podemos hacer lo que queramos en esta realidad 2.0, en esta virtualidad incongruente muchas veces con la realidad, pero más real. Todos podemos estar ahí. Todos podemos ser amigos de nuestros “ídolos” en Facebook, podemos tenerlos en Twitter, podemos dejarles un comentario y sentir que ahí hubo un diálogo. Podemos saber qué hace el “Kun” Agüero en tiempo real, mientras entrena con su equipo, cría a su hijo, es el yerno de Maradona. Y nosotros, ahí, casi a su lado. ¡Cómo hemos banalizado al viejo Star-system, también! Porque en definitiva, qué tiene de estrella si lo tengo tan cerca, si yo puedo hacer lo que quiero también, si yo también uso Nike, si puedo sentirme tan cerca de mis proyecciones que casi casi las puedo tocar. Si está ahí, al alcance de mi mouse.
¿Me parece a mí, o seguimos comprando el buzón que nos quieren vender?
Gracias, Lipovetsky.
Ya acercándome al final, trato de buscar un autor que me acompañe, que no me haga sentir a mí tan falta de coherencia, que avale un poco mis pensamientos.
En 1983, Gilles Lipovetsky escribió su libro “La era del vacío” que yo encuentro particularmente acorde para ayudarme en mis conclusiones para este ensayo y que elijo, por sobre todas las demás, aunque “El imperio de lo efímero”, también estuvo en la pre-selección.

“La edad moderna estaba obsesionada por la producción y la revolución, la edad posmoderna lo está por la información y la expresión”
Creo que sí, que así es. Que hay una obsesión, un comportamiento casi patológico con respecto a la expresión y la información. Que la esfera de la realidad se ha segmentado, en tantos planos, que la realidad holográfica del hombre posmoderno está sobrepasando los límites de lo que se puede comprender. Entonces, no se comprende. Se mira, se pispea, se chusmea, se opina, pero nada en profundidad. Se hace lo que se puede con tanta información, que en definitiva, no se hace nada.

(…)”cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen por decir, cuanto más se solicita la subjetividad, más anónimo y vacío es el efecto”
Y cuando nos vemos a la cara, no nos reconocemos. Nos pensamos como perfiles, como comentarios inteligentes o absurdos, como un nick de MSN que te hizo reír, como un estado de Facebook que generó controversia. Como una realidad mapeada en bits, donde borrar a alguien del MSN es como matarlo, no admitirlo es como negarle la entrada a la casa de uno, y decir algo políticamente incorrecto, como un guante en la cara que lo retara a duelo. Pero nada pasa de ahí, nos vemos a la cara y todo sigue como antes, porque la realidad es virtual, la libertad es virtual, y las interpretaciones, moneda corriente pero poco usada. Si alguien interpreta lo virtual con demasiada seriedad, seguramente tenga más de un entredicho con mucha gente, y no llegue a ninguna conclusión definitiva del tema que lo aqueja. Tanto medio de comunicación genera sino una incomunicación, una “descomunicación”, un comunicarse con más malos entendidos que otra cosa, donde lo que uno dice, no es lo que dijo sino lo que el otro entendió, porque en realidad, nunca se dijo nada.


“Comunicar por comunicar, expresarse sin otro objetivo que el mero expresar y ser grabado por un micropúblico, el narcicismo descubre aquí como en otras partes su convivencia con la desubstancialización posmoderna, con la lógica del vacío.”
El vacío del que hablaba al principio, el vaciamiento de la cultura del que estamos siendo testigos. Del vaciamiento de sentido, de sentidos, de experiencias reales, de contacto.

En el paso del analógico al digital, hemos dejado nuestros sentidos. Hemos decidido aislarnos tras un monitor para mostrarles a los demás lo que queremos que vean y así, creernos que lo somos. Hemos dejado de preguntarnos, muchas veces, quienes somos en realidad. Hemos dejado de querer saber, para conformarnos con no ignorar del todo, creyéndonos a su vez, que con eso, sabemos. Hemos dejado muchas veces de pensar, para hacer simplemente “clic”, porque otro lo hizo. Hemos dejado de admirar lo realmente importante, empalagados de tanta genialidad aquí y allá. Hemos dejado de lado la búsqueda, por la apariencia. Nos hemos dejado seducir.
¿Qué murió, entonces?
Creo, para concluir, que lo que murió es el vacío necesario. La falta de falta de estímulos nos descomunica, la multipresencia nos está haciendo desparecer.
Nos falta parar la pelota y mirar. Mirar con ganas, no más o menos. Mirar objetivamente, las cosas que por estar anestesiados y seducidos por palabras grandes, por metáforas, por promesas, no vemos. Nos falta vaciarnos del vacío, para poder llenarnos de sentido. Nos falta aprovechar las facilidades de la libertad virtual, con la cabeza real, con el pensamiento, con el verdadero saber que existe desde antes, mucho antes que alguien hubiera usado un microchip para nada. Nos falta volver a las fuentes. Nos falta entender que seguimos estando inmersos en un sistema que nos quiere manejar, que tanta libertad aparente, no es gratis. Que a costa de sentirnos libres, en esta libertad tan fácil de elegir, estamos entregando, a cada clic, un pedacito del verdadero terreno que teníamos ganado. Tenemos que saber que este aparente hacer lo que uno quiera, sentirse cerca de los que por razones obvias están realmente lejos de nuestra realidad, poder expresarnos de todas las formas que se nos ocurran, es una forma de seducirnos para que dejemos de pensar. Para que dejemos de querer hacer las cosas que realmente queremos, y nos conformemos con las que nos venden. Para que no razonemos y sigamos pensando que las historias que vemos en la tele, son las de gente como nosotros, que se conmueve por los chicos que los necesitan, aunque tengan millones en el banco. Porque mientras nosotros miramos la tele, y nos conmovemos llorando con el empresario exitoso pero humano (qué contradicción!) que nos muestra la pantalla, el sur de nuestro país se vende al mejor postor, mientras los aborígenes pierden su territorio, su cultura y su dignidad en las manos de lo que a nosotros nos emociona. Su cultura, que en definitiva, en más legítima que la nuestra, más luchada, más elegida y defendida. Una cultura construida, con sentido, y transmitida de boca en boca, de mano en mano, de generación en generación.
Coincido con Sontag, todo lo que ha muerto en este último tiempo, renacerá sólo si nace un nuevo género de amor hacia eso que ya no tenemos. Si cada uno de nosotros, elige pensar en lugar de aceptar, luchar en vez de aceptar, preguntarse en vez de aceptar, escucharse en vez de aceptar.
El sentido renacerá si nos vaciamos del vacío y construimos, a cada minuto, nuestra realidad, la real. Si elegimos lo que queremos pensando y no porque nos lo ponen delante. Si aprendemos a decir no, si aprendemos a ver que no siempre lo nuevo es lo mejor, ni lo peor, sino que depende de un montón de factores. Si aprendemos que nuestra opinión tiene un valor y le damos un valor a nuestras palabras, no diciendo cualquier cosa, no subiendo cualquier tipo de información, no aceptando cualquier cosa porque lo dice tal o cual medio en el que confío. Porque nada de todo esto, es imparcial e inocente. ¿Por qué, entonces, habríamos de serlo nosotros? Lo que le da sentido a nuestro vacío existencial, es no llenarlo con cualquier cosa, y hacernos cargo de que cada cosa que hagamos, construye y modifica nuestra realidad.

***

2do Redacción T.N.
Los textos en la cultura.

jueves, 15 de julio de 2010

EnreDada.

Hoy el tiempo es como un túnel oculto en algún recóndito lugar de esta ciudad, alejado de todo. Es la máquina que lo modifica, y la sustancia que cambia. Es el aire que respiro, caliente, cortante. Es las ramas de esa enredadera que no puedo ver, pero que me sujeta las muñecas y me mantiene sentada, flotando en esta atmósfera de tiempo en la que hoy vivo. ¿De qué átomos insólitos está hecho este aire? De algo tóxico, sin duda, con efectos colaterales dudosos. Una extraña adición de somnífero y alucinógeno, que seda, pero no duerme; despabila pero no despierta del todo. Trastoca la realidad, pero no conlleva locuras. Porque claro, la enredadera me agarra las muñecas. Si así no fuera, y en este estado pudiera nadar por el aire(sé que se puede, la consistencia es la justa), quién sabe qué actos violentos cometería, quién sabe que obras magníficas realizaría, quién sabe en qué me convertiría? Hablo de la violencia del sentimiento que llega sin ser esperado, hablo de la magnificencia de desprenderme de la enredadera y llegar hasta donde quiera, hablo de dejar de ser parte de este tiempo que, caliente y cortante, me tiene aprisionada como detrás de una cortina. Hablo de la violencia de romper los límites que hoy me atan al tiempo, y desintegrarme para siempre en una obra magnífica, en una vida auténtica, en una nota correcta, un llanto de alegría, un grito de paz.

Uno, entre tantos de los míos.

¿Cómo vivir? De cualquier modo que la creación no sea manoseada, bastardeada, abaratada: poniendo un tallercito mecánico, trabajando de empleado en un banco, vendiendo baratijas en la calle, asaltando un banco.


Ernesto Sábato- El escritor y sus fantasmas.

martes, 13 de julio de 2010

Llovido, mojado, llorado.

Ahí, en el lugar lejano e inaccesible en el que quedaron mis ilusiones, comienza, una lágrima, una gota. Como un hilo de agua que por fuerza destruye una compuerta y genera un mar, rompe la realidad. El llanto estalla, irrumpe, interrumpe. Llega, incontenible. Llega para quedarse un buen rato. Llorar, con las manos y los pies, desconsolados, epilépticos. Con los ojos, hasta que queden secos de tanto llover. Hasta que la cara envejezca y cada línea sea visible como una arruga que recién nace, como una mariposa a punto de romper el capullo de mi piel y salir, irse a volar a otro lugar. Subrayada en mi cara cada línea, como apenas dibujada; nueva y lavada por este llanto gris que la erosiona. Llorar un llanto que desfigure, desde el estómago. Desde ahí, donde nace. Llorar desde el pecho o los pies. Llorar parado es más difícil, puedo intentar. Que llore el cuerpo entero, hasta que no queden más que gotas saladas formando un cuerpo destruido que no tiene más órganos que la lluvia que lo deforma. Andar un día entero, así, lloviendo por las calles; no existe el tiempo cuando lloro. Sentir cómo los ojos se endurecen de agua, se llenan hasta que desbordan y ruedan unas gotas por ahí, donde antes había una cara. Llorar hasta que la cabeza duela de tanto llorar. Secarse las lágrimas con el lomo del gato que no entiende el llanto y no es perro para lamer ojos ajenos.
Llorar sin alegría, claro. Sin tiempo de duración. Llorarlo todo, bien llorado. Llorar con toda la cara, qué feos somos después de llorar, con qué poco nos deformamos. Qué pasaría si cada día hubiéramos de llorar, un rato, para mejorar el estilo. Qué pensaría Andrea Del Boca, si ahora, me viera llorar. Qué pensamientos idiotas tengo mientras lloro, pienso mientras lloro. Más no puedo pensar. Es que cuando lloro, mi cabeza está agotada, pide licencia y se apaga un rato. Por eso lloro cuando vivo a través de otros en las películas, si me emociona un libro, si una canción me puso la piel de gallina. Cuando las cosas que creía, desaparecen como por arte de una magia oscura; cuando las cosas que pensaba, son sinrazones para el corazón; cuando las realidades se chocan con las esperanzas…mi cabeza no sabe qué hacer, y yo empiezo a llorar.

martes, 6 de julio de 2010

El cuarto cuadrado

En un pequeño cuarto de techos altos y gruesas paredes, por las que no penetraba el sonido, sentada en un sillón sin respaldo ni apoyabrazos, al centro de la habitación, estaba ella. Acurrucada, agarrando sus piernas fuertemente con sus brazos, y con su cabeza mirando levemente a su derecha. De fondo se escucha un piano, y su cara parece seguir el ritmo de las notas, iluminándose y apagándose acompasadamente. Pero no, no es más que el juego de las luces del fuego que ilumina toda la sala. Que ilumina y oscurece, pero sobre todo, deforma. Porque sobre las paredes blancas, su figura acurrucada es enorme, y es a veces un ser oscuro, peludo y deforme, a veces; el perfecto recorte de la silueta de una mujer gordita. Y el piano, que parece monstruoso en la pared de frente al fuego, es un simple piano negro al otro lado de la sala.

Esta sala, ahora poblada de luces y sombras fantasmales, es otra cuando la baña el sol. Es un perfecto cuadrado, de 5 metros de lado, pero, vacía como está, parece mucho más grande. Nos da la bienvenida una enorme puerta de madera, que cruje levemente al abrirse. En cada una de sus hojas hay un ángel regordete, renacentista, que nos indica con sus manitos el camino al picaporte, que emerge de la oscuridad redondo, brillante, helado. Los ángeles se forman con diferentes piezas de vidrios de colores. La luz que pasa a través de ellos tiñe la mano que se posa en el picaporte, dispuesta a entrar.

Gira el picaporte, cruje la puerta y adentro, un pequeño mundo vacío que nos permite llenarlo con lo que queramos. Lo primero que vemos es el sillón donde ahora ella está acurrucada, ubicado en el epicentro de la habitación. Es de un color rojo profundo, casi morado. El color del fuego que lo ilumina, y el terciopelo, material del tapizado, hacen que el color sea, aún, más vivo. Supongo que por eso, decidieron ponerle un marco dorado. Para atrapar ese rojo sangre, para decirle a quien lo ve que no es real, para detener la irrigación y evitar que el cuarto entero se llene de roja sangre aterciopelada. Y que se arruinen los pisos.

Los pisos siguen a quien camina por encima de ellos emitiendo sonidos raros, chillando, gimiendo. Si desde afuera, al otro lado de la puerta, alguien mira a una persona caminando por los pisos de madera del cuarto cuadrado, sin dudar podría decir que aquellos pisos, sufren cuando los pisan, lloran si caminan sobre ellos. ¿Quieren acaso, que el cuarto siempre esté vacío?

De cualquier modo, en el cuarto cuadrado, no hay casi nada. De frente a la puerta de entrada, y detrás del sillón rojo sangre, hay un hogar que siempre está encendido. No se sabe quién corta la leña, ni quién alimenta la lumbre, pero nunca falta el fuego en la habitación. Aunque esté vacía, no hace frío. Sin embargo, no vive en ella el calor de un fuego constante. Parece como si, de algún lugar que no vemos, una helada corriente de aire viniera a mantener la temperatura promedio de la habitación en 20 grados. Ese frío que nos recorre la columna vertebral al entrar, indefectiblemente, y nos eriza la piel de los brazos y las piernas, tiene que ver con pensar, sin poder evitarlo, que si ese fuego no ardiera permanentemente, sin descanso, hubiéramos muerto de frío al entrar.

De pie en la puerta de entrada, en la línea que divide un espacio del otro, las luces se mezclan. La iluminación del pasillo que lleva al cuarto cuadrado, ahora a nuestras espaldas, hace que nuestra sombra, de frente a nosotros, crezca deformada, delgada y desproporcionada, temblando a veces por alguna ráfaga traviesa que hace oscilar la lámpara del pasillo, hasta que nuestra cabeza se quema con las llamas del hogar, que arden implacables.

Cuando damos un paso dentro, y la puerta cruje, cerrándose detrás de nosotros, la sombra corre y se oculta detrás, como si se escapara de alguien. A medida que nos adentramos en la habitación, la sombra se hace cada vez más pequeña, como si a cada paso, se metiera un poco más dentro nuestro, para ocultarse.

A la izquierda del hogar, es decir, a nuestra derecha, el piano que suena, descansa inanimado. Sin embargo, es innegable que lo que suena es el Concierto número 1 de Tchaikovsky y la leve vibración del piso indica que es ESE piano que nadie toca el lugar del que salen los sonidos.

¿Sería correcto acercarse, caminar hasta estar frente a frente con el teclado, para que fuera inobjetable la realidad que ya se presiente; y entonces la incertidumbre fuera certeza, y la certeza en forma de tenazas, aprisionara mis piernas, atornillándolas al piso; y a mis brazos, pegándolos al cuerpo, convirtiendo todo en un macizo bloque inerte y sin reacción?
Un sudor frío corría por sus sienes; las manos temblaban, era imposible disimularlo

Cuando cae la tarde

Escribía esa noche, porque se había sofocado de tanto pensar. Escribía como una confesión. Vomitaba las palabras como si así, lo que pensaba, lo que había pensado, no le pesara tanto en la conciencia. No podía hablarlo con nadie, era imposible que alguien entendiera lo que aquella tarde había pasado por su mente. Y no sólo pasado. Los pensamientos, que no la sorprendían por primera vez, habían hecho nido, y habían crecido sin parar. No pudo hacer nada para detenerlos, sólo mirar como su cabeza fuera de todo control, ya tenía armado un plan, de principio a fin. ¿Qué haría el cuerpo cuando llegara la hora de la ejecución?

Un sudor frío corría por sus sienes; las manos temblaban, era imposible disimularlo. Los cigarrillos, las lapiceras, los vasos, el agua, todo ponía un reflector sobre sus manos temblorosas. Aunque quizás, nadie lo viera, ojalá. "Si lo pueden ver se van a dar cuenta de lo que estoy pensando, pero no quiero pensarlo...es que no puedo evitarlo". Pensó entonces que le había bajado la presión. Si la pregunta llegaba, no tendría que dudar y pensar qué decir. Tendría la mentira preparada, en la punta de la lengua, como un arma, como una verdad.

La situación era insostenible, decidió irse de la oficina sintiendo que se había creído tanto su mentira, que ahora realmente la presión bajaba. Sus piernas no parecían los suficientemente fuertes para sostener su peso y el corazón...como un corredor llegando a la meta, parecía sobreexigirse en cada latido, uno más, otro, y ella los escuchaba como si su propia cabeza estuviera en el pecho, como un eco lejano de algún ruido no del todo definido; y en su cabeza, toda la sangre que el corazón no alcanzaba a distribuir, agolpándose en cada recoveco. Casi podía sentirla bullir, fluyendo, caliente, llegar a los ojos que se estremecían en espasmos, humedeciendo la naríz a punto de sangrar, en los oídos, zumbando. No supo cuántas cuadras había caminado cuando por fin, se detuvo.

Habían pasado sólo 10 minutos, eternos. Parecía incluso que ya empezaba a oscurecer. Tardo algunos segundos en recordar lo que era apenas pasado, ¿cómo había llegado allí? El dolor de sus propias uñas clavadas en sus manos la obligó a liberar los puños cerrados por quién sabe cuánto tiempo. Ahora, extendidas, ya no temblaban. Recordó lo que nunca había olvidado en realidad, con la crudeza de la decisión tomada, con la frialdad que parecen requerir estos casos. Porque aunque su sangre hubiera vuelto a su ritmo normal y ya no hubiera sudor en sus sienes, aunque sus manos hubieran dejado de expresar el miedo que le causaba saber que no podía hacer nada por evitar lo que iba a suceder, irremediablemente...En fin, como si fuera otra y no ella quien lo hubiera decidido, sabía, ahora sabía, que había decidido matarlos. No había otra opción.

Lo que digo cuando no digo.

Cuando no digo, cuando me cierro a decir, las palabras dicen por mí. Aunque yo no quiera, aunque sean mis silencios hablan y sé que así es. Hoy leí por ahí que hay tantas realidades como puntos de vista y me quede un rato con la cabeza sostenida por una mano, ladeada a la derecha, observando de reojo la frase, buscándole la fisura. Pero creo que no la hay. Al menos hoy, es para mí un enunciado coherente y real, muy acorde, super adaptable a este momento de mi vida. Qué momento raro! Lo bueno es que, acto seguido, busqué entonces mirar mi punto de vista y mi realidad. Y coinciden.

...y vas a cerrar tus ojos para ver.

lunes, 5 de julio de 2010

Nadie dijo que iba a ser fácil. Nadie me aseguró nada. Nadie me dijo que me iba a sentir bien. Nadie me firmó que tomar decisiones era algo sencillo. Sin embargo, nadie me dijo que el sueño me iba a estar prohibido, que los sueños iban a ser tan vívidos, que los ataques de ansiedad en el medio de la noche sólo iban a calmarse con chocolate. Nadie me dijo, de antemano, que 3 hs de sueño iban a ser suficientes para desvelarme y dejarme cansada el resto del día. Nadie me advirtió que me iban a doler los ojos y el resto del cuerpo sin razón aparente. Nadie me dijo (nadie lo sabía, creo) que mi cabeza era capaz de tales superproducciones. Nadie supuso que iba a fumar más, a comer más, a tomar más.

La que mata es la decisión.

Mientras afuera, el cielo llueve en calma; adentro se desata una tormenta eléctrica. Y los rayos y truenos hacen descargas constantes, que generan cortocircuitos varios en mi sinapsis neuronal. La calma, esa, la de afuera...no me contagia. Y la apariencia, que en este caso engaña claramente, dispara los niveles de mi ansiedad. Se me ocurren todo tipo de actitudes viciosas e insanas para sobrellevar este momento. Ya fumo, masco chicle y me como las uñas. ¿Qué me queda? Me queda este ir y venir del carajo, este parecer. Este aparentar estratégico para salvaguardar lo que vendrá. Este silencio de hoy, por el bien del mañana. Este dudar, continuo y constante, que no sé de dónde saca fuerzas, porque yo ya no las tengo. Este poner en duda las estructuras más fundamentales de la aparente seguridad...esa seguridad comprada, que no me asegura nada.
Me queda el miedo, ese miedo lleno de aventura. El miedo al por venir, a ese fantasma oscuro llamado futuro. A ese camino inexplorado, que abro a medida que doy los pasos.
Me queda la esperanza, la apuesta. No ya el idealismo, no ya los castillos en el aire. La voluntad como aval, la renovación como garantía. Me queda lo que quiero, lo que espero, el lugar al que llegar.
Quedo yo, también. Desnuda de todo lo aprendido, lo incorporado, lo establecido, lo lógico. Muerta de miedo, y temblando. Pero con una sonrisa. Yo, que tanto grité sobre estas ganas, estoy a punto de saltar al vacío y violar el sentido común.

domingo, 4 de julio de 2010

Qué es una ficción? puede ser.

Orgullosa de mi costumbre de subrayar los libros, me encuentra esta noche de primavera en invierno. Un sentido nuevo, dentro del establecido. Un orden paralelo, podría decir, y no por eso, menos real. Ahá, muy acorde a todo lo demás. Busco, y encuentro, destacado por mi lapicera, lo siguiente:

"No quiero la terrible limitación del que vive tan sólo de aquello capaz de tener sentido. Yo no: quiero una verdad inventada."


Una verdad, en definitiva. Inventada por mí, por supuesto, como cada uno de nosotros inventa o debería inventar lo que hay en su vida, sin dejarse inventar por otros, sin dejarse sacar ni poner nada. El sentido único, intransferible, interno, inexplicable, intocable, imperceptible e insoportablemente real que quiero dar a mí vida. Esa realidad quiero inventar; en esa verdad inventada, quiero vivir.
Y sí hubo un tiempo en el que la felicidad era aquello, sentirse complacido viviendo sólo lo que tiene sentido, y sobre todo para otros, ya pasó. Hoy, que han vuelto los tiempos en los que la realidad golpea otras puertas de la razón y el corazón, la necesidad de autobiografiarme surge casi como me surgen las necesidades básicas de comer o nacer. O nacerme, o hacerme nacer, o quizás renacer, o tal vez reinventarme, o reconocerme, recapitularme, reinterpretarme, redefinirme, recrearme, rearmarme, remarcarme, resaltarme, reirme, re-me, re-loquevosquieras-me.

viernes, 2 de julio de 2010

Las puertas de la percepción.

Mi cabeza es un Frankenstein de cosas, de las más variadas. Hay recuerdos, imágenes, voces, situaciones, dudas; pero hay también, sobre todo, algo indefinible. Kundera me entendería. Hay algo que tiene forma de realidad velada y desdibujada, de vaho de realidad, de mentira transformada que es verdad por ser creída, de verdad que es mentira por ser descubierta. Hay un aire enrarecido. Hay un clima raro en mi cabeza, y una obligación personal por consultar al servicio meteorológico de mi intuición: no suelo hacer pronósticos errados. Puedo fallar por horas, pero el concepto suele ser correcto. Si te digo que es carnaval, diría mi papá, apretá el pomo.
Quizás por haber nacido para mirar lo que pocos quieren ver, más de una vez me toca ver cosas que, de poder elegir, dejaría en la oscuridad. Pero acá, no hay oscuridad. Y yo siento, indefectiblemente. Siento, veo, percibo, olfateo y casi tanteo esto que no puedo nombrar, porque me horroriza un poco. Me horroriza o me deleita, no sé, qué extremos que de tan opuestos quizás se tocan. Lo que me pase a mí es anecdótico, de todas formas. Soy un simple espectador y quizás, hasta el mismísimo director.
Las dualidades, las variantes, las posibilidades. La naturaleza humana, la vida, los errores, las puertas de la percepción y los delirios persecutorios. Todo lo mismo.

¿Viernes?

Quizás haya sido que ayer me fui a dormir excesivamente sobreexcitada, que al despertarme sentí que había dormido sólo dos minutos o tal vez, que me levanté a las 6 de la mañana. Cambiar la rutina me renueva,

Sobre Casas vacías de Brenda Navarro

  Casas vacías  es la primera novela de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Está organizada en tres partes;   Primera, Segunda y Tercer...