miércoles, 14 de octubre de 2020

La literatura como vínculo

 

¡Se viene un mes a pura literatura y estoy muy emocionada! El viernes comienza el Festival Online de la Fundación #filba (que agregó en su web la función Agregar al calendario y me hizo muy feliz) y el 26 empieza otra edición de Mundial de escritura, que nos va a tener escribiendo por 15 días al galope, pero que desde hoy nos tiene muy, muy ansiosos.
Compartir desde la literatura, sea leyendo o escribiendo, forma vínculos muy especiales. Unos que tienen códigos particulares, guiños, complicidad. Recomendar un libro es reconocer algo en el otro; colaborar en la mejora de un texto es trabajo en equipo.
Me parece que durante mucho tiempo, pensamos la lectura y la escritura como actos solitarios (la imagen del escritor ermitaño, borracho, en el medio de su caos es una clara muestra de ello) y sin embargo, en el gesto de volverlo vincular y colaborativo, se transforma y adquiere una dimensión mucho más profunda. Yo la estoy descubriendo y estoy fascinada. ¿Vos qué pensás?

domingo, 27 de septiembre de 2020

Sobre Castillos de Santiago Craig

Supe que me había gustado mucho Castillos porque en el instante en el que leí la última frase, quise volver a repasar todo el libro, a conectar cada cosa que había marcado con el final. Castillos es una ficción construida con el mismo material del que está hecha la realidad, de cómo pasan las cosas en el mundo; donde las motivaciones no siempre son claras, los nudos pueden no ser el momento de más tensión, las decisiones que se toman a veces no son tan estratégicas y simplemente buscan cambiar, de alguna manera, el devenir del día a día. 

Hay algo de la manera de mirar el mundo de Julián, donde todo parece perder el sentido que tenía; como una palabra que, repetida muchas veces, solo es una acumulación de letras.

La forma de narrar pone en evidencia lo que está detrás de la realidad en los hechos comunes, las posibilidades de una felicidad en apariencia simple y sencilla; donde lo complejo, lo siniestro, lo extraño y lo inasible están rodeándonos todo el tiempo, en el aire que respiramos mientras hacemos nuestra vida, aunque todo el tiempo estemos haciendo otra cosa.

miércoles, 1 de abril de 2020

A veces odio

y no me enorgullece, para nada. Al contrario, me hace sentir presa de un huracán de sentimientos intensísimos que serían capaces de derribarlo todo a su paso.
Hay días que destruyo cosas que yo misma me esfuerzo en construir: ideas, proyectos, cosas lindas. Otros, le toca barrida a las ilusiones, a sentarme de frente a mi dolor y despedazar con furia mis expectativas. No sé hacerlo de una manera pacífica.
En el proceso me raspo, me corto, me lastimo de muchas maneras. Como si quisiera llegar a algo más profundo, más auténtico. Como si por debajo de esta piel, hubiera otra cosa, algo más real de mí a lo que solo puedo acercarme.

Dice Clarice Lispector:
"Es con una alegría tan profunda. Es un tal aleluya. Aleluya, grito yo, aleluya que se funde con el más oscuro aullido humano de dolor por la separación pero es grito de felicidad diabólica. Porque ya nadie me atrapa más."

Y es odio y es dolor, digo yo. Pero será felicidad, alegría profunda.

miércoles, 19 de febrero de 2020

.las palabras y coso (perdón Foucault)



Siempre, no sé al final alguna vez lo notaste, era yo la que inventaba las palabras que vos adoptabas. Para mí, es tan importante ponerle apodos a las cosas y nombres nuevos a las situaciones… Sobre todo, porque me parecía terrible, aunque quería hacer de cuenta que no me importaba, que nosotros no tuviéramos un apodo y que nos llamáramos por nuestros nombres. Que no tuviéramos un código que fuera nuestro. Que fuera igual que cualquier otra Mariana que hubieras conocido antes, que solo a veces me llamaras Marianita. Marianita me dicen en el trabajo. Que ni en los momentos más íntimos hubiera un desliz, una melopea sin sentido, una forma de nombrar algo que no sabias qué significaba hasta que la dijiste. Es que pensabas tanto todo, que te olvidabas de pensar en lo importante. Crear palabras es un ritual necesario.
Me molestaba hasta el nombre que le habías puesto a tu gato: un capricho infantil que no pudiste resolver a tiempo. Yo, por supuesto, jamás lo llamé por su nombre.
Sin querer descubrí que tus palabras habían sido las mismas siempre, para todas. Que lo único que hacías era cambiar el rol o el personaje, pero no las palabras, ni el registro. No sabías nada de narrativa ni de relaciones. Me dolió leer palabras que creí que eran para mí destinadas a otras. Siempre las mismas; los puntos y las comas en su lugar.
Me di cuenta de que había dejado de quererte un día, cuando sin querer dije algo que era para otra conversación, para otro interlocutor. Con el tiempo, empecé a decir cosas que sabía que no ibas a entender, porque venían de otros códigos, más viejos, que compartía con gente que como yo, sabía qué importante es ponerse de acuerdo a la hora de nombrar algo; que a la vez que lo nombra, lo crea. Me di cuenta de que tampoco me querías, cuando ni siquiera preguntaste lo que no habías comprendido. Se tejieron en el aire más explicaciones de las que hubiéramos podido contarnos, explicaciones que no estaban dichas pero estaban claras. Y ahí, cuando me quedé sin palabras y ya no las necesité, tampoco necesité que siguieras quedándote donde parece, nunca habías estado. 

jueves, 30 de enero de 2020

De los puentes que incendio antes de construir. (2010)

Un gato negro me mira desde sus grandes ojos negros en los que yo veo mis lágrimas caer.  Ahora es un gato, es verdad, pero a veces, creo que no lo es. Barajo varias posibilidades: tal vez sea la reencarnación de algún hermano que tuve en otra vida, o de un padre o madre; a veces creo que es en si misma (porque Juana es gata) un mensaje que aún no logré descifrar. A veces creo que es la corporización de ese autor que amo, y murió antes de que yo naciera. Otras veces, como hoy, creo que soy yo misma, si fuera gato. No sé si me explico, no es que yo crea que tengo una doble vida en la cual soy humana y felina a la vez, sino una especie de espejo viviente que me muestra de forma brutal y a veces grotesca algunas de mis inexplicables actitudes.
Hoy creo haber llegado a una conclusión bastante grave, luego de la cual, tengo dos opciones. O no le doy importancia, y sigo viviendo como si no hubiera sucedido  que un determinado encadenamiento de pensamientos, recuerdos y análisis hubieran derivado en dicha conclusión y entonces finjo una parte de mí, una gran parte de mi, todo lo que de mí se involucró en llegar a ese lugar, niego mi pasado, mi raciocinio, mi capacidad de asociación y pierdo nitidez frente a mi misma o…me hago cargo de lo que concluí, de la resolución a la que arribé luego de tanto pensamiento, si es que se puede llamar resolución a algo que, sin siquiera nombrar, ya me trae tantos debates internos.
La conclusión parece simple, pero no lo es tanto. Tiene demasiadas aristas, demasiadas derivaciones, demasiadas posibles interpretaciones. Es, diría, demasiado. Creo, como dije al empezar, y si me permito dudar es justamente por la gravedad que enmarca la situación, …creo haber llegado a la conclusión de que no me gusta la gente.
Les dije, parece simple, pero no lo es. Desmembremos el postulado y analicémoslo según los tópicos vayan apareciendo, dejemos que el instinto, el análisis, las dudas y por qué no, los prejuicios, nos vayan guiando. Quizás, a mi también se me aclaren las ideas, y pase de sólo creer a estar segura.
“Creo que no me gusta la gente” no tiene que ver, ni está teñida de ningún tipo de ideología sexual. No es que no me gusten los hombres ni las mujeres porque no me siento atraída por alguno de los dos, o los dos, eso qué importa ahora, si en definitiva, será consecuencia directa y posterior de la conclusión a la que me lleve este análisis, porque el postulado es tan amplio que podría incluso contener este aspecto.
No es que no quiera tener contacto sexual con ningún ser humano, pero no quiero tener contacto con ningún ser humano, de ningún tipo. En este punto, por suerte, hay algunas excepciones, como mi mamá y mi novio. Pero si hoy tuviera que elegir un ser vivo para convivir el resto de mis días, sin dudas, sería mi gata negra, y el recuerdo de mi padre muerto. Qué paradoja. Mi padre muerto, o mejor dicho su recuerdo, es más ser vivo, que mi padre vivo.
Tengo problemas de género y trastornos del sueño. No puedo dormir ni aunque tome drogas que en otro momento daban el resultado esperado. No soporto a las mujeres como género al que pertenezco, ni a los hombres como antagonistas que ejercen cierta autoridad. Porque si bien, estamos en el 2010, es innegable que el patriarcado no está totalmente desterrado de este mundo capitalista y globalizado y las mujeres, día tras día, nos enfrentamos  a esta triste realidad. No soporto a mi jefe, ni al dueño de la empresa en la que trabajo, ni a mis compañeros varones con cargos superiores. Me cansé de los maltratos innecesarios excusados en la supuesta superioridad. Superioridad de qué? De qué tipo, en qué circunstancias? Circulando por qué esferas?
Me he convertido en una resentida contra el mundo en el que vivo y creo que ha llegado el momento de abandonar mi vida. No se esconden tras esta frase delirios suicidas, ni nada por el estilo, sino simplemente, abandonar la vida como la viví hasta ahora. La forma, el envase de la vida.
Tengo miedo de volverme loca, es verdad. Tengo miedo otra vez. Hay algo, que tampoco se que es y que no puedo aceptar sobre mi forma de pensar
Me autocensuro los pensamientos antes de pensarlos.
Censuro las estructuras sobre las cuales pienso.
Y al arribar a un pensamiento, debato contra él y por lo tanto, contra mí.
Y llegado a este punto, no sé si lo que no me gusta es la gente o soy yo.

jueves, 9 de enero de 2020

Corte al bies

Quisiera poder sacarme tu recuerdo
y lo vivido
como una tela, como un vestido.
Desgarrar la memoria en jirones,
que seguro tendrían más más sentido que esta realidad.
Cortar del lienzo las veces que lloré por vos;
quedarme con los retazos en los que fuimos felices...
¿Pero qué vestido sería ese,
esa verdad deshilachada?
Qué costurera macabra
la que no puede perdonar.

Sobre Casas vacías de Brenda Navarro

  Casas vacías  es la primera novela de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Está organizada en tres partes;   Primera, Segunda y Tercer...