Supe que me había gustado mucho Castillos porque en el instante en el que leí la última frase, quise volver a repasar todo el libro, a conectar cada cosa que había marcado con el final. Castillos es una ficción construida con el mismo material del que está hecha la realidad, de cómo pasan las cosas en el mundo; donde las motivaciones no siempre son claras, los nudos pueden no ser el momento de más tensión, las decisiones que se toman a veces no son tan estratégicas y simplemente buscan cambiar, de alguna manera, el devenir del día a día.
Hay algo de la manera de mirar el mundo de Julián, donde todo parece perder el
sentido que tenía; como una palabra que, repetida muchas veces, solo es una acumulación
de letras.
La forma de
narrar pone en evidencia lo que está detrás de la realidad en los hechos comunes,
las posibilidades de una felicidad en apariencia simple y sencilla; donde lo complejo,
lo siniestro, lo extraño y lo inasible están rodeándonos todo el tiempo, en el
aire que respiramos mientras hacemos nuestra vida, aunque todo el tiempo estemos
haciendo otra cosa.