No sé si lo que le molesta es el humo del cigarrillo, que me haya sentado atrás de él, que pueda ver su incipiente calva aunque trate de disimularla, que me parezca a ella, a esa a quien le recuerdo. A esa, por la que hoy está así, sentado en un banco de cara al sol al borde del Río de la Plata.
Lo cierto es que ahora las palomas volaron, una pareja ocupa su lugar y él sigue con la mirada fija y perdida en algún punto lejano, ahora en las barandas que bordean el río. Él se da vuelta a mirar, a mirarme quizá, para ver si sigo acá, para comprobar que la gente sigue siendo feliz aunque él sienta esa opresión en su pecho. Sin duda habrá adivinado que escribo sobre él. No puedo ver sus ojos, ocultos en lentes negros, pero sé que han de estar rojos de llanto y de furia. Mira su celular, se va caminando. Gira varias veces a mirar, a mirarme. Yo lo miro fijamente mientras se aleja. Yo no oculto que lo miro. Yo lo miro hasta perderlo de vista y sin embargo, nadie más a nuestro alrededor parece notar que ya nos conocíamos.
viernes, 4 de mayo de 2012
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