Te doy toda mi luz para que veas la puerta. Te dejo ir, te suelto. Me cuesta, pero es necesario. Sé que lo tengo que hacer por el bien de los dos. Trataré, mientras tanto, de llorar en silencio unos días, para que no dudes y puedas irte tranquilo; para no apagar el fuego de las velas con mis lágrimas descontroladas. No lloro de tristeza, o sí. Si, quizás sí. Pero es una tristeza rara, de bajos índices. Es una tristeza atrasada, desfasada en el tiempo. Lloro mis lágrimas estancadas, quizás nadando en ellas, te sea más fácil llegar a donde vas.
Yo, la de los micromomentos, a veces no entiendo de tiempos ni de procesos. Será hora de aprender.
jueves, 28 de octubre de 2010
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