domingo, 7 de noviembre de 2010

Es lo que es.

Hubo un instante que sentí. Sin estar presente aún, el aire se tornó pesado y dulce; el viento, cálido; mi piel, erizada. El cielo se anaranjó, se espesó, se tapó; se volvió hermoso y parecía querer dejar tocarse. Yo quería que me toque, que la lluvia me lave, que me de frío, que el frío me abrigue, que me empape la vida que no logro comprender en días como hoy.
El humo circula lento en el aire congestionado de energía, vibran extrañas las ondas de estas gotas que vienen, que vienen. Yo, sólo puedo mirar. Yo, siempre en otra sintonía, sólo puedo esperar, sola, que la lluvia llegue, real. ¿Por qué no se muestra si ya puedo sentirla en cada célula que recubre mi cuerpo? ¿De quién se oculta, esta lluvia de hoy? Será una lluvia juguetona, que como yo, no sabe que hacer con su ser, que ya es; entonces no quiere dormir.

jueves, 28 de octubre de 2010

Macro

Te doy toda mi luz para que veas la puerta. Te dejo ir, te suelto. Me cuesta, pero es necesario. Sé que lo tengo que hacer por el bien de los dos. Trataré, mientras tanto, de llorar en silencio unos días, para que no dudes y puedas irte tranquilo; para no apagar el fuego de las velas con mis lágrimas descontroladas. No lloro de tristeza, o sí. Si, quizás sí. Pero es una tristeza rara, de bajos índices. Es una tristeza atrasada, desfasada en el tiempo. Lloro mis lágrimas estancadas, quizás nadando en ellas, te sea más fácil llegar a donde vas.
Yo, la de los micromomentos, a veces no entiendo de tiempos ni de procesos. Será hora de aprender.

jueves, 12 de agosto de 2010

Superposición.

Salguero está cortada a la altura de Corrientes, de manera que la fila de autos que espera sobre la avenida para doblar a la izquierda en Mario Bravo, cada vez es más larga. A todos esos conductores, les han cambiado el destino, y quién sabe qué encontrarán a la vuelta de la esquina.
Mientras tanto, apenas abajo de la vereda, a ellos parece no importarles nada. Ni las máquinas que destruyen Salguero para arreglarla, ni los conductores que maldicen el cambio de rumbo inesperado. Hace frío, y entre un grupo de muchos que parecen amigos, ellos se encuentran. Va a empezar a llover en cualquier momento. A ellos no les importa.

Quizá se hubieran visto alguna vez, pero sin mirarse. Quizá, esto nunca hubiera sucedido si sus cuerpos no se hubieran casi chocado, casi por error. Pero es como si al encontrarse, sus pieles de hubieran reconocido, constatando la diferencia de temperatura entre ambas y el punto de unión, ese mismo punto en el que al tocarnos, nuestros bordes se funden con los de aquello que tocamos. Esa frontera difusa y vacilante, territorio de las más lindas sensaciones, país de las caricias, patria de los escalofríos.
Quizá no haya pasado nada de todo esto, pero igualmente él intentó besarla. Ella se negó,por supuesto. Que un choque accidental termine en beso, sólo pasa en las novelas. Y ella, entre las otras chicas se veía, era distinta. No era de las chicas que se creen las novelas.
Corriendo su pelo largo, para acariciarle la nuca y dejarle libre un oído, él le preguntó si sentía las yemas de sus dedos que, ahora, se internaban en la cálida suavidad de su cabello negro. Ella levantó la cabeza, para mirarlo a los ojos (era mucho más alto) y al hacerlo sintió cómo todo el peso de su cuerpo descansaba en la mano que jugaba entre su pelo y su cuello. Quería seguir negándose, pero los ojos se le cerraban del placer y es muy difícil ponerse firme con los ojos cerrados. Sin saber muy bien cómo, otro brazo ahora la rodeaba, y su propia boca, entreabierta, invitaba a aquella otra a besarla. Sin poder decir que no, había dicho que sí, sin decirlo tampoco.
Y entonces se besaban, buscándose más en cada movimiento, como si realmente fueran a borrase aquellos límites. Se besaban jugando, probándose, mordiendo los labios.
Se besaban ansiosos, devorándose, un poco depredadores. Se besaban mezclándose en un solo aliento, una sola nueva boca, nacida de las dos. Un espacio nuevo, recién creado y a cada instante reinventado.
Y ella pensaría entonces cuánto se perdía si decía que no, cuánto de mentira tendría aquel beso negado, si nunca llegaba. Y él pensaría que había hecho bien en llamar primero a la astucia de parecer torpe y casi caerse sobre ella, que había hecho bien en llamar luego a su piel que no podía no decir la verdad.
Y empezó a llover, fuerte y dolorosamente en su frente, la de ella, que miraba al cielo para alcanzar el beso no reconocido, aquel beso regalado. Y la gente corría a refugiarse de la lluvia, como si fuera algo más que agua. Y los conductores ahora tenían una razón más para maldecir al destino. Y los semáforos verde, rojo, amarillo. Y la fila de autos cada vez más larga, doblar a la izquierda. Y ellos aún se besaban.
Percibo una tendencia a los pensamientos virales

miércoles, 4 de agosto de 2010

Hacía rato ya que nos habíamos visto por primera vez, años en realidad. Y yo te veía tan feliz con tu vida que ya no era mía.

domingo, 1 de agosto de 2010

Ay, la libertad es fiebre.

Y la fiebre, suele quemar. Pero pensaba, hoy, hoy que hace un frío terrible que hay formas y formas de quemarse. Como hay formas para todo. Y pensaba que casi siempre elijo quemarme. Prefiero la sinceridad del beso no pedido, que la vida te roba, sin siquiera darte tiempo para acomodarte y recibirlo bien, como se debe, antes que las palabras meditadas y dichas por compromiso. Por el deber. Prefiero pedirle permiso a mi piel, antes que a mi cabeza.
Prefiero los silencios que ocultan risas, las puteadas hay que decirlas. Un corazón, qué significa? Te tengo que creer?

viernes, 23 de julio de 2010

La realidad estaba en otro lado!

La vida se rige por medidas inconmensurables. Me lleno de color y mis pies, más que el piso, miran las líneas de las baldosas, juegan a la rayuela mientras yo, mayor y ya adulta, intento caminar.
Y qué me importa si canto mal, si entre los árboles los rayos de sol juegan a darme luces y sombras?
Y qué me importa si el pasto está humedo todavía, si un rayito hace foco justo en una gota de rocío debajo de la cual, un instante, pasaba una hormiga?
Y qué me importa el frío, si una correntada que sube por mi espalda y me estremece, me obliga a cerrar los ojos, y abriéndome la nariz, me trae el aroma de todas las hojas caídas, de todas las tormentas recibidas por la tierra? Qué me importan las palomas, si todavía sólo se acercan para pedirme comida?
Sólo el viento, solo el viento siguió mis pasos. Y a pesar de eso, sólo el viento, yo siento que todo está unido.
La escenografía me abruma un poco, cables negros se unen a edificios altos que me dosifican la luz, pero acá...acá nomás, sin embargo, un árbol que parece dibujado y más allá el cielo turquesa, inmenso, me abre el pecho y la percepción. Alguna nube curiosa, que ni llega a estar equivocada. Tan liviana, lejana, intocable. Y yo que estoy viendo, a la vez estoy ahí. Estoy acá. Unida por quién sabe qué fuerza a esta misma superficie por la que la gente camina, los chicos juegan, los autos corren hacia otros destinos, siempre a otros destinos, siempre yéndose. Y el cielo allá, recortado entre otras figuras, imposible de medir, de agarrar, de limitar; y yo acá, seguimos unidos, nos quedamos sólo por el placer de hoy, sólo por estar tan llenos de sol.

martes, 20 de julio de 2010

Un largo pasillo.

Los recuerdos son confusos, porque sigo estando en el mismo lugar que en aquel entonces, pero la realidad era muy distinta. Todo, en mis recuerdos, tiene otras dimensiones. El pasillo era largo e interminable, húmedo, oscuro por partes y con grandes claridades en otras. Desde la puerta de la calle, la entrada a aquella casa vacía era como el pasaje a otra dimensión, a otros tiempos, cuando vivían allí esos seres oscuros, que mi gran imaginación transfiguraba en brujos, sospechando que en ese comedor se preparaban las pócimas más dañinas que ningún dibujito animado hubiera imaginado nunca, ni siquiera el malvado Gárgamel. Y mientras nadie vivió en ella, solía acercarme, en puntas de pies, para escuchar a través de la fría chapa de la puerta, segura de que aunque se hubieran mudado, seguían viviendo allí.
Hasta que un día, sentada en la puerta de mi casa, vi llegar a "los nuevos"...los que iban a ocupar ese territorio inexplorado llamado, a secas, el fondo. Miento si digo que no tuve miedo y que no sentí que fueran intrusos de mis fantasías, que venían a robarse mis ratos de espionaje mágico, porque ahora sí iba a vivir alguien y espiarlos sería incorrecto. Los miré llegar con intriga, y un poco de melancolía, algo de esperanza y, en el fondo, una profunda curiosidad. Quizás aún más fuerte que la que sentía por los monstruos que ahora me abandonaban definitivamente.
Primero con timidez, con la inocente timidez de la infancia, y luego con entusiasmo, empezamos a construir una especie diferente de la amistad que yo conocía hasta el momento. No eran los amigos del colegio, no eran los amigos temporales de la colonia. Era una amistad distinta, que estaba ahí...a pasos de mi puerta y que ahora iba a buscar ya no en puntas de pies, sino corriendo descalza, atropellada por mis propias ganas que hacían que las distancias fueran más grandes que las reales. Quizás por eso, las dimensiones son confusas en mis recuerdos.
Y así, el largo y humedo pasillo que nos unía y a la vez, separaba de la calle, se transformó en otro lugar. En el territorio de guerras libradas por batallones de soldaditos de plástico, en los departamentos increíblemente grandes de nuestras falsas Barbies, en ciudades de Pinipones, y en cualquier cosa que se nos ocurriera, porque aquel pasillo era nuestro. La patria de la infancia, es aquel pasillo que hoy recorro y que todavía tiene un susurro de niñez, muchas carcajadas a lo lejos y unas cuantas figuritas pegadas en la pared.
Ya pasaron 14 años desde aquellos días. Y no sólo los años...pasaron litros de agua en pavas y termos, kilos y kilos de yerba, montones de palabras inventadas, noches de confesiones, noches de estudio, noches de risas (que siempre están presentes, hasta en los peores momentos), consejos varios, interpretaciones de lo más ilógicas, aceptaciones más que lógicas, desmayos en boliches, camas compartidas, análisis de sueños. La pequeña amiga que jugaba conmigo a Los Locos Adams, con la que hacíamos interminables listas de cumpleaños, repletas de regalos imposibles, con la que tomamos las chocolatadas más dulces del mundo y con la que aprendimos todas las posibles acepciones, conjugaciones y deformaciones de las palabras y los sentimientos...hoy es mi gran amiga, la que me agarra de las manos cuando quiero romper todo o saltar al vacío, la que pone el hombro y llora conmigo, la que sin exceso, siempre me dice palabras justas. Aunque a veces no sea lo que quiero escuchar, claro. Mi gran amiga, que siempre está dispuesta a sentarse conmigo en el piso y volver a ver la vida desde ahí, donde todo era más simple estando juntas. ♥
Y aunque ya nada es lo que era...lo que venga vale la pena si en mi camino estás vos!

sábado, 17 de julio de 2010

Ensayo ( para la materia Los Textos en la Cultura- ISP)

Cuando el sentido se mide en caracteres.
Ensayo sobre algunos paradigmáticos ejemplos actuales, que generan más dudas que conclusiones.
“¿Será necesario admitir que, a partir de ahora, cada forma de la positividad tiene la “filosofía” que le conviene: la economía, la de un trabajo marcado por el signo de la necesidad, pero prometido finalmente a la gran recompensa del tiempo; la biología, la de una vida marcada por esa continuidad que sólo forma los seres para desatarlos y que se encuentra liberada por el mismo de todos los límites de la Historia; y las ciencias del lenguaje, una filosofía de las culturas, de su relatividad y de su poder singular de manifestación?”
Michel Foucault – Las palabras y las cosas.
Luego de leer los apuntes sobre los que podría preparar el final, concluí que ninguno se merecía más que los demás que lo eligiera, que todos tenían cosas en común para poder unirlos en algún lugar del pensamiento. Y recordé que en alguna página de “Las palabras y las cosas”, había leído esta frase con la que comienzo este intento de ensayo. Sé que el tema es largo, sé que ameritaría una investigación más profunda y que si dispusiera del tiempo necesario, podría dar un resultado mucho más capitalizado, pero también sé que los apuntes me dispararon temas que están presentes en mi cabeza hace rato, dudas y pensamientos que piden la reflexión. También sé que el tiempo es tirano y que en estos momentos, el contenido se mide en caracteres tipeados rápidamente desde alguna computadora en este mundo globalizado. Así que allá voy, a tratar de darle sentido y forma a unos vagos pensamientos.
Parece que el futuro llegó, que ya está entre nosotros. Y nosotros, dentro de él, tomamos diversas posturas. Están los que eligen aprovecharlo, con todas sus opulencias y ventajas vociferadas por todos los medios, nuevos y viejos. Están los que no entienden y se alejan en una nostalgia arrabalera que extraña el radioteatro. Y estamos aquellos que no podemos evitar tratar de explicarnos a nosotros mismos lo que pasa en nuestra realidad. Nuestra realidad, que cada día parece ser menos realidad y más virtualidad. O al menos, eso parece ser el objetivo. Llegado este punto, ya tengo varias preguntas: Si nuestra vida, hoy es más virtual que real… ¿Cuánto sentido habremos perdido en el paso de lo analógico a lo digital? El objetivo, ¿de quién?
En la nota de ADN Cultura, Jorge La Ferla habla de la llamada “muerte del cine”, asociada a la desaparición de los soportes que el cine, tal como lo conocemos actualmente, utiliza desde su nacimiento. Si bien, a lo largo de la historia, la tecnología tocó con su magia a la industria cinematográfica para modificar y mejorar determinados procesos, lo que hoy en día sucede es totalmente diferente, ya que estamos en los umbrales del completo abandono de lo conocido como cine, para dar paso a las nuevas tecnologías digitales. Si Marshall McLuhan viviera, nos diría que el contenido de un nuevo medio es siempre otro medio. Así que sí, podríamos decir que el cine ha muerto.
Pero, si vamos un poco más allá, vemos que la mayoría de los medios tradicionales, han ido mutando en los últimos años. El futuro del libro probablemente sea el smartbook, (aunque los nostálgicos siempre elijamos abrir un libro de papel para sentir su inigualable olor a libro nuevo.). Los diarios ya tienen sus homónimos digitales. La música se desmaterializa, se transforma en bits y se baja de Internet. La radio también se escucha por la web. Susan Sontag dice, con respecto al cine: “Si la cinefilia ha muerto, el cine, por tanto, ha muerto…no importa cuántas películas, por muy buenas que sean, se sigan haciendo. Si el cine puede resucitar, será únicamente gracias al nacimiento de un nuevo género de amor por él.”. A una conclusión similar llega La Ferla diciendo que sin el espectador, el cine no es tal. Estamos viviendo entonces, más que una muerte de los medios, una forma diferente de consumo. O una muerte de otras cosas. La pregunta ahora es…¿la muerte de qué?
¿Será la muerte del contacto? ¿De lo establecido? ¿Del sentido? ¿Qué más habremos perdido?
Emisor, receptor, mensaje, un canal. Entenderse, comunicar con un fin. Comunicar, por el fin de formar sentido, de formar opinión, de formar cultura. La palabra comunicación proviene del latín "comunis" que significa "común". De allí que comunicar, signifique transmitir ideas y pensamientos con el objetivo de ponerlos "en común" con otro. Esto supone la utilización de un código de comunicación compartido. Un código compartido que forma parte de algo más grande, que nos contiene y nos une por lazos invisibles: los lazos de la cultura.
Para Freud, la Cultura es precisamente la causa de la pérdida de nuestra autenticidad, de nuestra libertad, de nuestra plena individualidad. Somos lo que nos deja ser la cultura, cuya finalidad no es la felicidad de los individuos, sino la represión de nuestros anhelos más fuertes. Y continúa, diciendo que el principio del placer, guía de la felicidad individual, es el enemigo permanente de la cohesión social, de la cultura, que no puede permitirse concesiones que la sitúen en un segundo plano. Pero como las expectativas del individuo sí que barajan la posibilidad de una mayor realización personal en un mundo más alejado de las urgencias de las sociedades primitivas, se percibe la relación individuo-cultura, no como una integración, sino como una oposición. La cultura produce malestar, porque hay individuos que exigen los dividendos de tantos siglos de represión y piden a la Cultura mayor libertad.
Me doy cuenta que vivimos en el cambio hacia una cultura más permisiva en la que yo no me siento tan cómoda. ¿Por qué será? Si me ofrece más libertades, si puedo hacer “lo que quiero”, si casi no se siente la coerción, si el hecho social y el Durkheim del que me hablaron en el CBC casi parecen no existir en mi vida cotidiana, si la televisión, la radio, el Facebook, Twitter, los blogs, todo lo que me ofrece esta neocultura de masas que divide la masa en bizcochitos customizados me permite expresarme, ¿por qué yo, por qué, no me siento más cómoda?
Será porque no le creo, será que no quiero, será que no me gusta como se “usa” la libertad virtual que me quieren vender.
La neocultura me seduce, intenta seducirme, y yo me resisto. Aquí aparece el apunte de Grijelmo. La seducción reside en las palabras, en esos recipientes repletos de pensamientos e ideas en palabras del autor, y que, como objetos inmersos en esta era del vacío, repetimos, escribimos, posteamos, bloggeamos, rtwitteamos, sólo aquel recipiente; pero sin pensar muchas veces en las ideas y los pensamientos que hay detrás.
“Facebook te ayuda a comunicarte y compartir con las personas que conoces.”
La verdad, Facebook, debo decirte que no ayudás a nadie a comunicarse, que sos más bien un depósito de cosas que la gente no tenía dónde poner y ahora puede vomitar virtualmente. Mucho menos compartir con las personas que conozco. Las personas que conozco y me conocen, saben cosas de mí porque me interesó hablarlo con ellas, porque las hago partícipes de mi vida, y porque viven, realmente, viven conmigo esas cosas. Y además, hagamos una encuesta y veamos cuántas personas tienen sólo “personas que conoces” en Facebook. Los resultados son abrumadores, y hablo con conocimiento de causa, porque a mediados del año pasado, fui parte de una encuesta que una amiga, a punto de recibirse de psicóloga, realizó como parte de su materia Informática, educación y sociedad. “Hay una tendencia a la fragmentación, ya que mostramos distintos aspectos de nosotros. Y por eso es una personalidad de corta y pega.”, decía en una parte su tesis final. Es verdad, hay una tendencia a la fragmentación, y yo, puede ser que sólo sea una terquedad, huyo de las cosas fragmentadas. Me gustan más los enteros, los veo más auténticos. Sobre todo, cuando la gente que “conozco”, pone en Facebook cosas que sé que no son ciertas. Cuando veo cómo la gente trata de mostrar lo que no es, para los que, justamente, no los conocen, los vean y se crean ese Frankenstein inventado en que convirtieron a su personalidad gracias a Facebook, mientras yo me sigo preguntando, a la vieja usanza, quién soy, qué quiero para mí, cómo ser mejor persona. Cosas que parecen, hoy día, bastante innecesarias en esta neocultura de individualización masiva, con todas las contrariedades que acuña esta definición, si total, tenemos un montón de solicitudes de amistad pendientes en Facebook.
“Descubre lo que está ocurriendo en este momento, en cualquier lugar del mundo”, dice Twitter en su página de inicio. Otra vez, la promesa de las grandes palabras. Descubre, como se descubren los grandes tesoros, lo que está ocurriendo en este momento…la inmediatez, la omnipresencia que nos promete poder estar en otros lugares, sin estar allí. Lo mismo de lo que habla Pablo Boczkowski en su capítulo sobre las experiencias vicarias. Aunque la virtualización haga que las cosas cada vez sean más “como si” y las palabras, a su vez, nieguen ese “como si” para decir que eso es en realidad estar ahí…sabemos que no lo es. Sabemos que no es lo mismo ver el mar y chatear con gente que está ahí, que embarcarnos en una experiencia que nos llenará los sentidos. Ir al cine no es lo mismo que ver una película 3D en casa, aunque tengamos los anteojos que nos permitan disfrutar de todas las dimensiones. Escuchar la radio, sintonizar el dial, mover la antena para recibir la señal correcta, nunca será lo mismo que tipear en nuestro navegador la web de una radio. Pasar las páginas de un libro, nunca será lo mismo que presionar un cursor o una pantalla táctil. Aunque las palabras traten de seducirnos, nuestros sentidos nos imploran que los escuchemos.
La banalización del saber
Cuando todo es genial, lo genial deja de serlo.
En su capítulo “Experiencias Vicarias”, Pablo Boczkowski nos hace un recorrido por el camino que debe recorrer un medio para cambiar y ofrecer a sus lectores un nuevo formato. Me llama particularmente la atención cuando dice “Todas estas transformaciones representaron un desafío para las identidades ocupacionales de las personas encargadas del proyecto”, y lo relaciono con lo que dice de la función de los periodistas que, según el autor, mutan de proveedores de la información a meros intermediarios entre esta y los usuarios.
Lejos de no ver las virtudes de la tecnología y lo digital en que nos encontramos sumergidos, que no dudo, existen, me interesa más poner luz sobre aquellas facetas de lo nuevo que parece bueno incuestionablemente. El progreso, lo bueno, siempre hacia adelante, creo que nos está dejando un poco ciegos. Y aún más lejos estoy de querer perder de vista estos asuntos.
El cambio de las identidades ocupacionales, también, tiene que ver con la sociedad que utiliza internet (a estas alturas, ya me niego a escribirlo con mayúscula) para buscar información y para darse a conocer. La web 2.0, cooperativa, plausible de ser modificada por cualquiera, de contenidos que nadie chequea y en los que todos confiamos, habla también de un cambio en la identidad de la información y del saber.
De la misma forma que cineastas experimentales como David Lynch utilizan nuevas tecnologías para producir sus películas, y crean productos con cámaras casi caseras, con un objetivo determinado, con un fin de comunicación, con una estética determinada que es coherente con el mensaje que nos quieren hacer llegar, la accesibilidad cada vez mayor de los usuarios comunes a determinadas tecnologías crean una aparente sensación de que cada uno puede decir y hacer lo que quiera.
No puedo olvidarme de que hace algunos años, cuando recién se popularizaba el uso de Fotolog como medio de expresión de los más jóvenes, Cielo Latini, hoy devenida en escritora que ya publicó dos libros autobiográficos, entrenaba futuras bulímicas y anoréxicas a su imagen y semejanza.
Hoy día, si alguien tiene una duda, busca en Wikipedia, y toma como verdades cosas que escribieron otros y cuya única veracidad es el hecho de que todos lo avalamos. Si alguien nos hace un comentario sobre algo que no conocemos, nos basta con “googlear” y mágicamente, nos evitamos pasar por la embarazosa y ya innecesaria situación de no saber, porque leímos 3 líneas de aquello que no conocíamos hasta recién…ahora sabemos.
¿Ahora sabemos?
Mi sobrino sabe que Star Wars es un videojuego. Por más que trate de explicarle que Star Wars es una saga de películas que revolucionó el cine en los años 70, que revolucionó el marketing y que Harrison Ford todavía cobra regalías por su personaje de Han Solo…para él es un videojuego. Y así, con tantas otras cosas, el saber se ve vacío de contenido. En cuestiones mucho más importantes que una película o un videojuego, los nativos digitales tienen un concepto del saber y del conocer mucho más reducido y conformista que el que teníamos antes, cuando saber implicaba leer, ir a la biblioteca, preguntar, involucrarse. Ahora con unos cuantos clics, se soluciona todo. Y así se forma la realidad fragmentada de nuestros jóvenes. Como las personalidades de Facebook, saberes de corta y pega.
Lo que más me asusta, es cómo es de contagiosa esta actitud. Cómo no sólo no hay mucha gente que trate de cortar con esto, sino que se propaga como un virus. Como la gripe A, una realidad inventada en la que nos es mucho más fácil creer, que investigar. Confiar, que ir más allá. Ser masa individualizada, que individuo.

Leo infinidad de veces por día la palabra “genial”. Este video de Youtube es genial, la teoría de la relatividad es genial, genial es el absurdo de Hitler viendo el final de Lost, genial es que alguien se ridiculice en público, Ricardo Fort es genial, Tinelli es genial. ¡Pobre Leonardo Da Vinci! Qué diría si se viera metido en esa bolsa gigante de matices, todos faltos de criterio, en los que aprovecharse de las posibilidades que la libertad virtual nos ofrece, merece los aplausos de pie. Dudo que le pareciera genial. Y no es que carezca de sentido del humor. Pero me es imposible reírme viendo más allá de lo obvio, viendo más allá de lo aparentemente genial, viendo cómo etiquetamos la realidad como nos parece, recortándole, a cada paso, un poco más de sentido. Porque de la misma manera que es fácil decir la palabra genial, que no deja lugar a dudas, también está su contrapartida. La gente que cree que leyendo y no entendiendo tres páginas de un libro de Borges, se siente con derecho a decir que Borges no le gusta. La gente que yendo a ver películas de realización independiente, califica de “mierda” a todo lo que no le gustó, porque no satisfizo sus necesidades pochocleras de azúcar en sangre.
Todo forma parte de un mismo proceso de banalización del saber en el que parece ser que hablar, es saber. Que todo sea opinable, nos da la opción de opinar y ¿por qué habríamos de desperdiciarla?. Todo es posible, todo es experimentable. Todo se puede. Llego la hora, podemos hacer lo que queramos en esta realidad 2.0, en esta virtualidad incongruente muchas veces con la realidad, pero más real. Todos podemos estar ahí. Todos podemos ser amigos de nuestros “ídolos” en Facebook, podemos tenerlos en Twitter, podemos dejarles un comentario y sentir que ahí hubo un diálogo. Podemos saber qué hace el “Kun” Agüero en tiempo real, mientras entrena con su equipo, cría a su hijo, es el yerno de Maradona. Y nosotros, ahí, casi a su lado. ¡Cómo hemos banalizado al viejo Star-system, también! Porque en definitiva, qué tiene de estrella si lo tengo tan cerca, si yo puedo hacer lo que quiero también, si yo también uso Nike, si puedo sentirme tan cerca de mis proyecciones que casi casi las puedo tocar. Si está ahí, al alcance de mi mouse.
¿Me parece a mí, o seguimos comprando el buzón que nos quieren vender?
Gracias, Lipovetsky.
Ya acercándome al final, trato de buscar un autor que me acompañe, que no me haga sentir a mí tan falta de coherencia, que avale un poco mis pensamientos.
En 1983, Gilles Lipovetsky escribió su libro “La era del vacío” que yo encuentro particularmente acorde para ayudarme en mis conclusiones para este ensayo y que elijo, por sobre todas las demás, aunque “El imperio de lo efímero”, también estuvo en la pre-selección.

“La edad moderna estaba obsesionada por la producción y la revolución, la edad posmoderna lo está por la información y la expresión”
Creo que sí, que así es. Que hay una obsesión, un comportamiento casi patológico con respecto a la expresión y la información. Que la esfera de la realidad se ha segmentado, en tantos planos, que la realidad holográfica del hombre posmoderno está sobrepasando los límites de lo que se puede comprender. Entonces, no se comprende. Se mira, se pispea, se chusmea, se opina, pero nada en profundidad. Se hace lo que se puede con tanta información, que en definitiva, no se hace nada.

(…)”cuanto mayores son los medios de expresión, menos cosas se tienen por decir, cuanto más se solicita la subjetividad, más anónimo y vacío es el efecto”
Y cuando nos vemos a la cara, no nos reconocemos. Nos pensamos como perfiles, como comentarios inteligentes o absurdos, como un nick de MSN que te hizo reír, como un estado de Facebook que generó controversia. Como una realidad mapeada en bits, donde borrar a alguien del MSN es como matarlo, no admitirlo es como negarle la entrada a la casa de uno, y decir algo políticamente incorrecto, como un guante en la cara que lo retara a duelo. Pero nada pasa de ahí, nos vemos a la cara y todo sigue como antes, porque la realidad es virtual, la libertad es virtual, y las interpretaciones, moneda corriente pero poco usada. Si alguien interpreta lo virtual con demasiada seriedad, seguramente tenga más de un entredicho con mucha gente, y no llegue a ninguna conclusión definitiva del tema que lo aqueja. Tanto medio de comunicación genera sino una incomunicación, una “descomunicación”, un comunicarse con más malos entendidos que otra cosa, donde lo que uno dice, no es lo que dijo sino lo que el otro entendió, porque en realidad, nunca se dijo nada.


“Comunicar por comunicar, expresarse sin otro objetivo que el mero expresar y ser grabado por un micropúblico, el narcicismo descubre aquí como en otras partes su convivencia con la desubstancialización posmoderna, con la lógica del vacío.”
El vacío del que hablaba al principio, el vaciamiento de la cultura del que estamos siendo testigos. Del vaciamiento de sentido, de sentidos, de experiencias reales, de contacto.

En el paso del analógico al digital, hemos dejado nuestros sentidos. Hemos decidido aislarnos tras un monitor para mostrarles a los demás lo que queremos que vean y así, creernos que lo somos. Hemos dejado de preguntarnos, muchas veces, quienes somos en realidad. Hemos dejado de querer saber, para conformarnos con no ignorar del todo, creyéndonos a su vez, que con eso, sabemos. Hemos dejado muchas veces de pensar, para hacer simplemente “clic”, porque otro lo hizo. Hemos dejado de admirar lo realmente importante, empalagados de tanta genialidad aquí y allá. Hemos dejado de lado la búsqueda, por la apariencia. Nos hemos dejado seducir.
¿Qué murió, entonces?
Creo, para concluir, que lo que murió es el vacío necesario. La falta de falta de estímulos nos descomunica, la multipresencia nos está haciendo desparecer.
Nos falta parar la pelota y mirar. Mirar con ganas, no más o menos. Mirar objetivamente, las cosas que por estar anestesiados y seducidos por palabras grandes, por metáforas, por promesas, no vemos. Nos falta vaciarnos del vacío, para poder llenarnos de sentido. Nos falta aprovechar las facilidades de la libertad virtual, con la cabeza real, con el pensamiento, con el verdadero saber que existe desde antes, mucho antes que alguien hubiera usado un microchip para nada. Nos falta volver a las fuentes. Nos falta entender que seguimos estando inmersos en un sistema que nos quiere manejar, que tanta libertad aparente, no es gratis. Que a costa de sentirnos libres, en esta libertad tan fácil de elegir, estamos entregando, a cada clic, un pedacito del verdadero terreno que teníamos ganado. Tenemos que saber que este aparente hacer lo que uno quiera, sentirse cerca de los que por razones obvias están realmente lejos de nuestra realidad, poder expresarnos de todas las formas que se nos ocurran, es una forma de seducirnos para que dejemos de pensar. Para que dejemos de querer hacer las cosas que realmente queremos, y nos conformemos con las que nos venden. Para que no razonemos y sigamos pensando que las historias que vemos en la tele, son las de gente como nosotros, que se conmueve por los chicos que los necesitan, aunque tengan millones en el banco. Porque mientras nosotros miramos la tele, y nos conmovemos llorando con el empresario exitoso pero humano (qué contradicción!) que nos muestra la pantalla, el sur de nuestro país se vende al mejor postor, mientras los aborígenes pierden su territorio, su cultura y su dignidad en las manos de lo que a nosotros nos emociona. Su cultura, que en definitiva, en más legítima que la nuestra, más luchada, más elegida y defendida. Una cultura construida, con sentido, y transmitida de boca en boca, de mano en mano, de generación en generación.
Coincido con Sontag, todo lo que ha muerto en este último tiempo, renacerá sólo si nace un nuevo género de amor hacia eso que ya no tenemos. Si cada uno de nosotros, elige pensar en lugar de aceptar, luchar en vez de aceptar, preguntarse en vez de aceptar, escucharse en vez de aceptar.
El sentido renacerá si nos vaciamos del vacío y construimos, a cada minuto, nuestra realidad, la real. Si elegimos lo que queremos pensando y no porque nos lo ponen delante. Si aprendemos a decir no, si aprendemos a ver que no siempre lo nuevo es lo mejor, ni lo peor, sino que depende de un montón de factores. Si aprendemos que nuestra opinión tiene un valor y le damos un valor a nuestras palabras, no diciendo cualquier cosa, no subiendo cualquier tipo de información, no aceptando cualquier cosa porque lo dice tal o cual medio en el que confío. Porque nada de todo esto, es imparcial e inocente. ¿Por qué, entonces, habríamos de serlo nosotros? Lo que le da sentido a nuestro vacío existencial, es no llenarlo con cualquier cosa, y hacernos cargo de que cada cosa que hagamos, construye y modifica nuestra realidad.

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2do Redacción T.N.
Los textos en la cultura.

jueves, 15 de julio de 2010

EnreDada.

Hoy el tiempo es como un túnel oculto en algún recóndito lugar de esta ciudad, alejado de todo. Es la máquina que lo modifica, y la sustancia que cambia. Es el aire que respiro, caliente, cortante. Es las ramas de esa enredadera que no puedo ver, pero que me sujeta las muñecas y me mantiene sentada, flotando en esta atmósfera de tiempo en la que hoy vivo. ¿De qué átomos insólitos está hecho este aire? De algo tóxico, sin duda, con efectos colaterales dudosos. Una extraña adición de somnífero y alucinógeno, que seda, pero no duerme; despabila pero no despierta del todo. Trastoca la realidad, pero no conlleva locuras. Porque claro, la enredadera me agarra las muñecas. Si así no fuera, y en este estado pudiera nadar por el aire(sé que se puede, la consistencia es la justa), quién sabe qué actos violentos cometería, quién sabe que obras magníficas realizaría, quién sabe en qué me convertiría? Hablo de la violencia del sentimiento que llega sin ser esperado, hablo de la magnificencia de desprenderme de la enredadera y llegar hasta donde quiera, hablo de dejar de ser parte de este tiempo que, caliente y cortante, me tiene aprisionada como detrás de una cortina. Hablo de la violencia de romper los límites que hoy me atan al tiempo, y desintegrarme para siempre en una obra magnífica, en una vida auténtica, en una nota correcta, un llanto de alegría, un grito de paz.

Uno, entre tantos de los míos.

¿Cómo vivir? De cualquier modo que la creación no sea manoseada, bastardeada, abaratada: poniendo un tallercito mecánico, trabajando de empleado en un banco, vendiendo baratijas en la calle, asaltando un banco.


Ernesto Sábato- El escritor y sus fantasmas.

martes, 13 de julio de 2010

Llovido, mojado, llorado.

Ahí, en el lugar lejano e inaccesible en el que quedaron mis ilusiones, comienza, una lágrima, una gota. Como un hilo de agua que por fuerza destruye una compuerta y genera un mar, rompe la realidad. El llanto estalla, irrumpe, interrumpe. Llega, incontenible. Llega para quedarse un buen rato. Llorar, con las manos y los pies, desconsolados, epilépticos. Con los ojos, hasta que queden secos de tanto llover. Hasta que la cara envejezca y cada línea sea visible como una arruga que recién nace, como una mariposa a punto de romper el capullo de mi piel y salir, irse a volar a otro lugar. Subrayada en mi cara cada línea, como apenas dibujada; nueva y lavada por este llanto gris que la erosiona. Llorar un llanto que desfigure, desde el estómago. Desde ahí, donde nace. Llorar desde el pecho o los pies. Llorar parado es más difícil, puedo intentar. Que llore el cuerpo entero, hasta que no queden más que gotas saladas formando un cuerpo destruido que no tiene más órganos que la lluvia que lo deforma. Andar un día entero, así, lloviendo por las calles; no existe el tiempo cuando lloro. Sentir cómo los ojos se endurecen de agua, se llenan hasta que desbordan y ruedan unas gotas por ahí, donde antes había una cara. Llorar hasta que la cabeza duela de tanto llorar. Secarse las lágrimas con el lomo del gato que no entiende el llanto y no es perro para lamer ojos ajenos.
Llorar sin alegría, claro. Sin tiempo de duración. Llorarlo todo, bien llorado. Llorar con toda la cara, qué feos somos después de llorar, con qué poco nos deformamos. Qué pasaría si cada día hubiéramos de llorar, un rato, para mejorar el estilo. Qué pensaría Andrea Del Boca, si ahora, me viera llorar. Qué pensamientos idiotas tengo mientras lloro, pienso mientras lloro. Más no puedo pensar. Es que cuando lloro, mi cabeza está agotada, pide licencia y se apaga un rato. Por eso lloro cuando vivo a través de otros en las películas, si me emociona un libro, si una canción me puso la piel de gallina. Cuando las cosas que creía, desaparecen como por arte de una magia oscura; cuando las cosas que pensaba, son sinrazones para el corazón; cuando las realidades se chocan con las esperanzas…mi cabeza no sabe qué hacer, y yo empiezo a llorar.

martes, 6 de julio de 2010

El cuarto cuadrado

En un pequeño cuarto de techos altos y gruesas paredes, por las que no penetraba el sonido, sentada en un sillón sin respaldo ni apoyabrazos, al centro de la habitación, estaba ella. Acurrucada, agarrando sus piernas fuertemente con sus brazos, y con su cabeza mirando levemente a su derecha. De fondo se escucha un piano, y su cara parece seguir el ritmo de las notas, iluminándose y apagándose acompasadamente. Pero no, no es más que el juego de las luces del fuego que ilumina toda la sala. Que ilumina y oscurece, pero sobre todo, deforma. Porque sobre las paredes blancas, su figura acurrucada es enorme, y es a veces un ser oscuro, peludo y deforme, a veces; el perfecto recorte de la silueta de una mujer gordita. Y el piano, que parece monstruoso en la pared de frente al fuego, es un simple piano negro al otro lado de la sala.

Esta sala, ahora poblada de luces y sombras fantasmales, es otra cuando la baña el sol. Es un perfecto cuadrado, de 5 metros de lado, pero, vacía como está, parece mucho más grande. Nos da la bienvenida una enorme puerta de madera, que cruje levemente al abrirse. En cada una de sus hojas hay un ángel regordete, renacentista, que nos indica con sus manitos el camino al picaporte, que emerge de la oscuridad redondo, brillante, helado. Los ángeles se forman con diferentes piezas de vidrios de colores. La luz que pasa a través de ellos tiñe la mano que se posa en el picaporte, dispuesta a entrar.

Gira el picaporte, cruje la puerta y adentro, un pequeño mundo vacío que nos permite llenarlo con lo que queramos. Lo primero que vemos es el sillón donde ahora ella está acurrucada, ubicado en el epicentro de la habitación. Es de un color rojo profundo, casi morado. El color del fuego que lo ilumina, y el terciopelo, material del tapizado, hacen que el color sea, aún, más vivo. Supongo que por eso, decidieron ponerle un marco dorado. Para atrapar ese rojo sangre, para decirle a quien lo ve que no es real, para detener la irrigación y evitar que el cuarto entero se llene de roja sangre aterciopelada. Y que se arruinen los pisos.

Los pisos siguen a quien camina por encima de ellos emitiendo sonidos raros, chillando, gimiendo. Si desde afuera, al otro lado de la puerta, alguien mira a una persona caminando por los pisos de madera del cuarto cuadrado, sin dudar podría decir que aquellos pisos, sufren cuando los pisan, lloran si caminan sobre ellos. ¿Quieren acaso, que el cuarto siempre esté vacío?

De cualquier modo, en el cuarto cuadrado, no hay casi nada. De frente a la puerta de entrada, y detrás del sillón rojo sangre, hay un hogar que siempre está encendido. No se sabe quién corta la leña, ni quién alimenta la lumbre, pero nunca falta el fuego en la habitación. Aunque esté vacía, no hace frío. Sin embargo, no vive en ella el calor de un fuego constante. Parece como si, de algún lugar que no vemos, una helada corriente de aire viniera a mantener la temperatura promedio de la habitación en 20 grados. Ese frío que nos recorre la columna vertebral al entrar, indefectiblemente, y nos eriza la piel de los brazos y las piernas, tiene que ver con pensar, sin poder evitarlo, que si ese fuego no ardiera permanentemente, sin descanso, hubiéramos muerto de frío al entrar.

De pie en la puerta de entrada, en la línea que divide un espacio del otro, las luces se mezclan. La iluminación del pasillo que lleva al cuarto cuadrado, ahora a nuestras espaldas, hace que nuestra sombra, de frente a nosotros, crezca deformada, delgada y desproporcionada, temblando a veces por alguna ráfaga traviesa que hace oscilar la lámpara del pasillo, hasta que nuestra cabeza se quema con las llamas del hogar, que arden implacables.

Cuando damos un paso dentro, y la puerta cruje, cerrándose detrás de nosotros, la sombra corre y se oculta detrás, como si se escapara de alguien. A medida que nos adentramos en la habitación, la sombra se hace cada vez más pequeña, como si a cada paso, se metiera un poco más dentro nuestro, para ocultarse.

A la izquierda del hogar, es decir, a nuestra derecha, el piano que suena, descansa inanimado. Sin embargo, es innegable que lo que suena es el Concierto número 1 de Tchaikovsky y la leve vibración del piso indica que es ESE piano que nadie toca el lugar del que salen los sonidos.

¿Sería correcto acercarse, caminar hasta estar frente a frente con el teclado, para que fuera inobjetable la realidad que ya se presiente; y entonces la incertidumbre fuera certeza, y la certeza en forma de tenazas, aprisionara mis piernas, atornillándolas al piso; y a mis brazos, pegándolos al cuerpo, convirtiendo todo en un macizo bloque inerte y sin reacción?
Un sudor frío corría por sus sienes; las manos temblaban, era imposible disimularlo

Cuando cae la tarde

Escribía esa noche, porque se había sofocado de tanto pensar. Escribía como una confesión. Vomitaba las palabras como si así, lo que pensaba, lo que había pensado, no le pesara tanto en la conciencia. No podía hablarlo con nadie, era imposible que alguien entendiera lo que aquella tarde había pasado por su mente. Y no sólo pasado. Los pensamientos, que no la sorprendían por primera vez, habían hecho nido, y habían crecido sin parar. No pudo hacer nada para detenerlos, sólo mirar como su cabeza fuera de todo control, ya tenía armado un plan, de principio a fin. ¿Qué haría el cuerpo cuando llegara la hora de la ejecución?

Un sudor frío corría por sus sienes; las manos temblaban, era imposible disimularlo. Los cigarrillos, las lapiceras, los vasos, el agua, todo ponía un reflector sobre sus manos temblorosas. Aunque quizás, nadie lo viera, ojalá. "Si lo pueden ver se van a dar cuenta de lo que estoy pensando, pero no quiero pensarlo...es que no puedo evitarlo". Pensó entonces que le había bajado la presión. Si la pregunta llegaba, no tendría que dudar y pensar qué decir. Tendría la mentira preparada, en la punta de la lengua, como un arma, como una verdad.

La situación era insostenible, decidió irse de la oficina sintiendo que se había creído tanto su mentira, que ahora realmente la presión bajaba. Sus piernas no parecían los suficientemente fuertes para sostener su peso y el corazón...como un corredor llegando a la meta, parecía sobreexigirse en cada latido, uno más, otro, y ella los escuchaba como si su propia cabeza estuviera en el pecho, como un eco lejano de algún ruido no del todo definido; y en su cabeza, toda la sangre que el corazón no alcanzaba a distribuir, agolpándose en cada recoveco. Casi podía sentirla bullir, fluyendo, caliente, llegar a los ojos que se estremecían en espasmos, humedeciendo la naríz a punto de sangrar, en los oídos, zumbando. No supo cuántas cuadras había caminado cuando por fin, se detuvo.

Habían pasado sólo 10 minutos, eternos. Parecía incluso que ya empezaba a oscurecer. Tardo algunos segundos en recordar lo que era apenas pasado, ¿cómo había llegado allí? El dolor de sus propias uñas clavadas en sus manos la obligó a liberar los puños cerrados por quién sabe cuánto tiempo. Ahora, extendidas, ya no temblaban. Recordó lo que nunca había olvidado en realidad, con la crudeza de la decisión tomada, con la frialdad que parecen requerir estos casos. Porque aunque su sangre hubiera vuelto a su ritmo normal y ya no hubiera sudor en sus sienes, aunque sus manos hubieran dejado de expresar el miedo que le causaba saber que no podía hacer nada por evitar lo que iba a suceder, irremediablemente...En fin, como si fuera otra y no ella quien lo hubiera decidido, sabía, ahora sabía, que había decidido matarlos. No había otra opción.

Lo que digo cuando no digo.

Cuando no digo, cuando me cierro a decir, las palabras dicen por mí. Aunque yo no quiera, aunque sean mis silencios hablan y sé que así es. Hoy leí por ahí que hay tantas realidades como puntos de vista y me quede un rato con la cabeza sostenida por una mano, ladeada a la derecha, observando de reojo la frase, buscándole la fisura. Pero creo que no la hay. Al menos hoy, es para mí un enunciado coherente y real, muy acorde, super adaptable a este momento de mi vida. Qué momento raro! Lo bueno es que, acto seguido, busqué entonces mirar mi punto de vista y mi realidad. Y coinciden.

...y vas a cerrar tus ojos para ver.

lunes, 5 de julio de 2010

Nadie dijo que iba a ser fácil. Nadie me aseguró nada. Nadie me dijo que me iba a sentir bien. Nadie me firmó que tomar decisiones era algo sencillo. Sin embargo, nadie me dijo que el sueño me iba a estar prohibido, que los sueños iban a ser tan vívidos, que los ataques de ansiedad en el medio de la noche sólo iban a calmarse con chocolate. Nadie me dijo, de antemano, que 3 hs de sueño iban a ser suficientes para desvelarme y dejarme cansada el resto del día. Nadie me advirtió que me iban a doler los ojos y el resto del cuerpo sin razón aparente. Nadie me dijo (nadie lo sabía, creo) que mi cabeza era capaz de tales superproducciones. Nadie supuso que iba a fumar más, a comer más, a tomar más.

La que mata es la decisión.

Mientras afuera, el cielo llueve en calma; adentro se desata una tormenta eléctrica. Y los rayos y truenos hacen descargas constantes, que generan cortocircuitos varios en mi sinapsis neuronal. La calma, esa, la de afuera...no me contagia. Y la apariencia, que en este caso engaña claramente, dispara los niveles de mi ansiedad. Se me ocurren todo tipo de actitudes viciosas e insanas para sobrellevar este momento. Ya fumo, masco chicle y me como las uñas. ¿Qué me queda? Me queda este ir y venir del carajo, este parecer. Este aparentar estratégico para salvaguardar lo que vendrá. Este silencio de hoy, por el bien del mañana. Este dudar, continuo y constante, que no sé de dónde saca fuerzas, porque yo ya no las tengo. Este poner en duda las estructuras más fundamentales de la aparente seguridad...esa seguridad comprada, que no me asegura nada.
Me queda el miedo, ese miedo lleno de aventura. El miedo al por venir, a ese fantasma oscuro llamado futuro. A ese camino inexplorado, que abro a medida que doy los pasos.
Me queda la esperanza, la apuesta. No ya el idealismo, no ya los castillos en el aire. La voluntad como aval, la renovación como garantía. Me queda lo que quiero, lo que espero, el lugar al que llegar.
Quedo yo, también. Desnuda de todo lo aprendido, lo incorporado, lo establecido, lo lógico. Muerta de miedo, y temblando. Pero con una sonrisa. Yo, que tanto grité sobre estas ganas, estoy a punto de saltar al vacío y violar el sentido común.

domingo, 4 de julio de 2010

Qué es una ficción? puede ser.

Orgullosa de mi costumbre de subrayar los libros, me encuentra esta noche de primavera en invierno. Un sentido nuevo, dentro del establecido. Un orden paralelo, podría decir, y no por eso, menos real. Ahá, muy acorde a todo lo demás. Busco, y encuentro, destacado por mi lapicera, lo siguiente:

"No quiero la terrible limitación del que vive tan sólo de aquello capaz de tener sentido. Yo no: quiero una verdad inventada."


Una verdad, en definitiva. Inventada por mí, por supuesto, como cada uno de nosotros inventa o debería inventar lo que hay en su vida, sin dejarse inventar por otros, sin dejarse sacar ni poner nada. El sentido único, intransferible, interno, inexplicable, intocable, imperceptible e insoportablemente real que quiero dar a mí vida. Esa realidad quiero inventar; en esa verdad inventada, quiero vivir.
Y sí hubo un tiempo en el que la felicidad era aquello, sentirse complacido viviendo sólo lo que tiene sentido, y sobre todo para otros, ya pasó. Hoy, que han vuelto los tiempos en los que la realidad golpea otras puertas de la razón y el corazón, la necesidad de autobiografiarme surge casi como me surgen las necesidades básicas de comer o nacer. O nacerme, o hacerme nacer, o quizás renacer, o tal vez reinventarme, o reconocerme, recapitularme, reinterpretarme, redefinirme, recrearme, rearmarme, remarcarme, resaltarme, reirme, re-me, re-loquevosquieras-me.

viernes, 2 de julio de 2010

Las puertas de la percepción.

Mi cabeza es un Frankenstein de cosas, de las más variadas. Hay recuerdos, imágenes, voces, situaciones, dudas; pero hay también, sobre todo, algo indefinible. Kundera me entendería. Hay algo que tiene forma de realidad velada y desdibujada, de vaho de realidad, de mentira transformada que es verdad por ser creída, de verdad que es mentira por ser descubierta. Hay un aire enrarecido. Hay un clima raro en mi cabeza, y una obligación personal por consultar al servicio meteorológico de mi intuición: no suelo hacer pronósticos errados. Puedo fallar por horas, pero el concepto suele ser correcto. Si te digo que es carnaval, diría mi papá, apretá el pomo.
Quizás por haber nacido para mirar lo que pocos quieren ver, más de una vez me toca ver cosas que, de poder elegir, dejaría en la oscuridad. Pero acá, no hay oscuridad. Y yo siento, indefectiblemente. Siento, veo, percibo, olfateo y casi tanteo esto que no puedo nombrar, porque me horroriza un poco. Me horroriza o me deleita, no sé, qué extremos que de tan opuestos quizás se tocan. Lo que me pase a mí es anecdótico, de todas formas. Soy un simple espectador y quizás, hasta el mismísimo director.
Las dualidades, las variantes, las posibilidades. La naturaleza humana, la vida, los errores, las puertas de la percepción y los delirios persecutorios. Todo lo mismo.

¿Viernes?

Quizás haya sido que ayer me fui a dormir excesivamente sobreexcitada, que al despertarme sentí que había dormido sólo dos minutos o tal vez, que me levanté a las 6 de la mañana. Cambiar la rutina me renueva,

miércoles, 30 de junio de 2010

Capítulo 2

No hay ya barco, ni río. No hay soles que se ponen en los horizontes. No hay todo eso, pero el micromomento perdura en el tiempo, se hace carne, se interpreta. Se entiende, se siente. Se vive.

“Lo que te escribo no llega suavemente, subiendo poco a poco hasta un auge para después ir muriendo mansamente. No, lo que te escribo es de fuego, como ojos en llamas”

Capítulo 1

Fue difícil reponerse de ese segundo en el que el mundo pareció vibrar un poco, sobre todo porque a simple vista nada había cambiado. El sol seguía cayendo a su izquierda. La ciudad de la que se iba, se alejaba poco a poco a medida que cada vez se distinguían más detalles de la que la recibiría en aproximadamente una hora y media. El río seguía calmo y nadie, excepto ella, había sentido nada. Se notaba en las sonrisas que tenían todos los demás, en las risas compartidas, en los chistes.
Miró con sorpresa su cigarrillo que era ahora un tubito de ceniza, sostenido por alguna fuerza mágica, inexplicable. Lo golpeó suavemente con el dedo índice para que la ceniza cayera, y no sin cierta sorpresa, fumó lo poco que quedaba de él.
Se disponía a ordenar lo que le había pasado. Si bien estaba acostumbrada a que sus pensamientos la arrebataran, como si tuviera una personalidad alternativa que de tanto en tanto se encargara de hacerla dudar hasta de lo más mínimo, obvio y establecido de su vida, aunque no fuera necesario, aunque eso no necesitara cambiar, aunque nada aparente hubiera pasado para centrar la atención ahí. En esos casos, sólo quedaba entregarse a su raciocinio y pensar todo lo que había por pensar. No había escapatoria. Pero no por eso, vivía esas situaciones con costumbre. Cada vez, era como la primera. La tomaban siempre con sorpresa y había decidido disfrutar de esas dudas existenciales que hacían temblar hasta las nimiedades más impensadas con la misma intensidad que las más básicas estructuras que la sostenían. Es decir: estaba acostumbrada a las crisis existenciales.
Pero había un pequeño problema. Pese a que se sentía, a la vez, profundamente sola y profundamente con ganas de estarlo, no lo estaba.

El beneficio de la duda. ¿El beneficio?

Capítulo 0

Fue un momento en el que se quebró el cielo, un micromomento. Se abría paso la noche, el cielo se transformaba en una inmensa bola de fuego, que parecía contener todos los colores posibles, perfectamente mezclados para mostrar sólo rojos y naranjas. A medida que el sol se escondía en el horizonte, se ensanchaba la estela de luz que bañaba el río, y dibujaba un camino bastante sinuoso que, de no haber sabido que era el efecto que el viento ejercía sobre el agua, diría que estaba formado por minúsculas serpientes alegres, danzarinas que inquietas, cambiaban de lugar a cada minuto.
Entre el sol, allá en el horizonte, y el barco; estaba el camino.
Entre dos ciudades, equidistantes del punto en el que ella se encontraba; estaba el barco.
En el último borde del barco; estaba ella.
Estaba, estaba. Todo en pasado. Era una foto, un cuadro. Una situación que podía haber seguido así, eternamente. Algo que podía durar. Algo hermoso, cada cosa en su perfecto lugar, las ciudades funcionando como elementos geométricos, alejadas exactamente lo mismo a simple vista, el barquito avanzando lento, imperceptible. El sol tiñendo agua y cielo por igual. Uruguay se aleja, viene Buenos Aires. Volver. Permanecer. Estar, pertenecer. Todo eso tan perfecto, y ahí ella en la proa tan insignificantemente humana. Tan perfecto todo, tan ordenado el Universo. Y ella hubiera querido cerrar los ojos y no ver más, porque la perfección le dolía, insoportable. Y ella hubiera querido disfrutar de ese cuadro, porque era mágico.

Prefirió encender un cigarrillo.

Quizás haya sido entonces la bencina, o la llama que ante sus ojos flameaba deformándole la realidad como un caleidoscopio. Quizás haya sido ese momento en que el encendedor engendra la llama, ese segundo en que la atención está puesta en nada, ni en el cigarrillo a punto de ser encendido, ni en el horizonte cercano que va más allá del arco que forma nuestra mano, cubriendo la llama aunque no haya ni una gota de viento. Quizás, haya sido un tono de voz molesto escuchado a lo lejos. Quizás, una molestia adentro, bien adentro. Con ella nunca se sabe. Pudo haber sido alguna de esas cosas, cualquiera, todas juntas, ninguna; cuando volvió a levantar la mirada, y los ojos velados por el humo recién exhalado volvieron a enfocar… ¡qué distinta era la realidad!

martes, 22 de junio de 2010

Dame misterio, vida. No me des seguridad.

Libre fluir

Muy libre no puede fluir, eso ya lo sabemos. Mucho menos si se siente observada, la conciencia que se sabe en una vidriera donde todo es plausible de ser comentado. Al margen de todo debate moral, de todo juicio, de todo abogado, de todo diablo. El diablo, mi amigo. Amigos son los huevos, y así vamos...fumando en pipa situaciones que no quiero, que no elijo, que no provoco. Un helicóptero que me saque a mí de esto, por favor, por la terraza o la puerta grande, lo mismo da. Era tan simple querer la paz, era tan simple reirse más. ¿Era simple entender? No siempre.
Las palabras, ¿de quién serán?

domingo, 20 de junio de 2010

Había que hacer tangible la necesidad de huir, había que materilizarla. Era necesario escapar de verdad, hacía el destino que fuera, donde el destino nos llevara.

viernes, 18 de junio de 2010

Paz para su alma, gran Saramago.

"No te pido que me lo cuentes todo, tienes derecho a guardar tus secretos, con una única e irrenunciable excepción, aquellos de los que dependa tu vida, tu futuro, tu felicidad, ésos quiero saberlos, tengo derecho, y tú no me lo puedes negar."

miércoles, 9 de junio de 2010

Microvida

Con la intensidad de miles de caballos, que seguramente serán blancos, tirando con sus patas traccionadas; sus crines, también blancas, meciéndose con el viento; los ojos achinados por las pequeñas partículas de tierra que, con violencia, golpean su rostro enjuto; allá va la microvida y no la volveremos a ver.
Ha nacido. Con un grito llegó al mundo. Pestaneó, no podía creer lo que efectivamente veía, pero a medida que su visión se fue aclarando, y a la vez que dejaba de ser un bebé, pudo empezar a palpar, a tocar. Dejo de tener miedo, microvida, del sabor que la rodeaba.
Empastada de colores y sabores, barro, chocolate y temperas...microvida juega a que sigue siendo niña, mientras crece, indefectiblemente, crece. Sin parar, sin poder siquiera detenerse a pensarlo, crece y crece microvida. Y tanto crece, que no se da cuenta que ya las piernas se hicieron lo suficientemente largas para que la cabeza alcance el techo. Y microvida, que aún quiere jugar, no ve más remedio que sentarse.
Y sentada, pensando en lo que le gustaría seguir jugando con temperas de colores, muere microvida, sin más.

viernes, 4 de junio de 2010

Una máquina de deseos insatisfechos. Una lluvia de invierno. La noche, desierta y solitaria, envuelta en un silencio tan cerrado que parece esconder los silencios más horrorosos, los gritos que están por llegar a romper el sueño en dos. Una puntada en la espalda, obliga a seguir. El látigo duele en la espalda, el castigo regocija el alma de la víctima. L

viernes, 23 de abril de 2010

Un día no tan claro

Otra vez me estoy comportando como una lunática. Lloro sin razón, todo me molesta y no me contienen ni mi cuerpo, ni mi vida. Qué dos elementos! El cuerpo y la vida, que en definitiva, son lo mismo y a la vez, tan distintos…Como una sinfonía con notas erradas, un error en sí mismo. Lo equivocado.
Si digo que son lo mismo, es porque el cuerpo que nos transporta, lo hace durante la vida. Sin embargo…tiene que haber algo más. La vida tiene que ser algo más que esto. Mejor dicho, tiene que ser algo diferente a esto, porque más de lo mismo sería insoportable.
Todos vamos a morir algún día, es un hecho. Todos nos vamos a deshacer bajo la tierra o quizás quemados, molidos nuestros huesos por los golpes cuando nos llegue la hora… ¿Por qué, entonces, yo me siento morir? ¿Por qué me siento tan poca vida, poco viva, poco muerta, masa de carne y huesos, ahora mismo? ¿Habrá llegado, entonces, la hora? ¿Será esto la muerte? ¿Una simple metáfora?
Pienso para quién escribo esto. Me respondo que para mí, pero dudo. Me pregunto desde quién escribo,… ¿Para mí, desde mí? Un círculo cerrado, vacío, la muerte. Algo habrá muerto, concluyo. Pienso ahora, que si muerta estoy o es próxima mi partida, ¿por qué me puse a escribir? ¿Por qué no elegí en mis últimos minutos, alguna otra actividad? Noto una constante: cuando vivía, también escribía. Antes quizás era más fácil; disfrutaba de las pequeñas cosas, de las flores, de los amaneceres, de los olores recordados. Ahora, muerta en vida, no veo aquellas maravillas y el mundo se ha vuelto un lugar desconocido, que tampoco me contiene, pero del que no puedo salir. Algo ha muerto, definitivamente. Si le preguntara a Nietzsche, me diría que es Dios. Y le creería, como nunca he creído. Con la tenacidad de la verdad develada, obvia pero oculta; intangible, pero innegable. Dios ha muerto, el hombre ha muerto. ¡Oh, humanidad! ¿Qué será de nosotros?
Lo bueno de morir, es que hay un mundo sin tiempo, donde el Tiempo es un recuerdo de aquel otro tiempo que supo ser mejor. En otro momento, me conformaría pensar que ya vendrán tiempos mejores. Hoy sé que no. Ha muerto la esperanza.

jueves, 8 de abril de 2010

Bicentenario

“Latinoamérica debe renunciar de una vez a sentirse condenada a esperar perpetuamente la reiteración de su descubrimiento. El verdadero descubrimiento de América será el que ella haga de sí misma, de su propia ventura y de su propio dolor, de su propio lenguaje y de su propia savia, y no el que quiera seguir viendo reflejado en los ojos del otro: conquistador, caudillo, general…”
Rodolfo Alonso, poeta

miércoles, 31 de marzo de 2010

Contrapunto

"No es fácil ser cronopio. Lo sé por razones profundas, por haber tratado de serlo a lo largo de mi vida; conozco los fracasos, las renuncias y las traiciones. Ser fama o esperanza es simple, basta con dejarse ir y la vida hace el resto. Ser cronopio es contrapelo, contraluz, contranovela, contradanza, contratodo, contrabajo, contrafagote, contra y recontra cada día contra cada cosa que los demás aceptan y tiene fuerza de ley"

Julio lo sabía.

miércoles, 3 de marzo de 2010

un día más, un día menos

Un día como hoy, hace un año. Un 3 de marzo, igual que hoy, pero de un año atrás. Sólo uno y nada más. Uno, pero que parece tanto tiempo. Uno, con un montón de días, con el peso de todos sus días, con la frescura de todos los días, con la nostalgia de algunos, con la tristeza de otros. Un día como hoy, en el que quizás, como hoy, lloviera.
Hace 44 años atrás, una joven pareja decidía unirse en ese para siempre que prometen libros y novelas, pero que la vida real, pocas veces da. Esos para siempre forzados, atados con sogas para que no se conviertan en ya no más, en no quiero, en no queremos. Un para siempre que sangra y lastima, que vuelve absurdo el significado del supuesto amor en el cual se nombra.

Tan sólo un año atrás, conversaba como podía con ese joven, casado hacía 43, atado por un para siempre a una mujer, sin que ninguno de los dos se hiciera cargo, pero sin poder olvidarlo. Qué ironía de la vida, no encuentro un momento de menos libertad que aquel en el que lo que no se quiere, no se tiene, pero tampoco se puede tener ni vivir sin él.
Hace un año, papá, hablamos por última vez. Y qué paradoja, siento que fue una de nuestras conversaciones más largas y llenas, pero no hubo palabras. Hubo gestos, articulaciones, susurros apenas audibles, risas. Si, risas. Eso también es paradójico. Nuestro tan particular y característico sentido del humor.

Desde el último 3 de marzo, hasta hoy, hay un puente. Hay un camino, tangible y liso, por el que voy y vengo a mi antojo. Antes y después, le suelen llamar. Yo prefiero pensar en un durante cuando camino por ese puente y vuelvo a recordarte, porque en cada viaje ese camino huele distinto, tiene otros colores. Me trae de nuevo tu voz, aunque haga más de un año que no la escucho. Me trae cada detalle, con una precisión que me pone la piel de gallina. Es un puente que se recorre con los ojos cerrados, sin miedo a caer, ni miedo a llorar. Con pañuelos en ambas manos, y siempre lista una carcajada de sorpresa, aunque pueda sonar desubicada. Un puente que tiembla bajo mis pies, acompañando mi cuerpo, para que no se sienta solo. Un puente, un viaje. Siempre distinto, pero manteniendo una constante que no permite ni lástima, ni tristeza.

martes, 23 de febrero de 2010

Los ojos

Parecía un día como cualquier otro, no había por qué sospechar algo diferente. La cama en su lugar; el cepillo de dientes. Una gata negra recorriéndome las piernas mientras preparó café. Café negro, con un poco de leche. Como siempre.
Pero sin embargo algo.
Hace días que pienso en jitanjáforas y que las situaciones más comunes y corrientes, se deforman en mi cabeza como vocablos inconexos, desconocidos, absurdos. Qué bien suenan. Y aunque no había algo diferente que las otras mañanas, quizás el aire.
De todas maneras, seguí. La rutina era inmodificable y cual autómata, me entregué a ella. Desayunar, vestirse, peinarse. Todo eso estando dormida aún. Él también estaba dormido. Conducirlo a través de su sueño es mi tarea de la mañana y probablemente, sea mi balde de agua fría. Pero esa mañana, aún el sueño,…
Si era algo en mi propia cara, no podía verlo. En la suya, quizás el aura, la energía. Eso que no se ve y se siente inexorablemente. Puede que fuera la humedad que hacía días se había instalado entre nosotros, y me hacía fabular con una evolución de la lluvia hacia cielos sin nubes. Pero cómo…
Esa era la gran pregunta. Pero cómo. Siempre la misma pregunta, la misma pequeña duda que derivaba en grandes agujeros negros, en dudas existenciales, en búsqueda de petróleo ontológico, siempre en grande, y que generaba espacios de actividad mental desmesurada, de raciocinio obligado, de conclusiones, de exigencia de resultados. Esa pregunta que por momentos se conformaba con saber que no se sabía cómo, pero se tenía una leve idea. Que se contentaba sabiendo que había otros que no tenían ni idea qué; y eso si era estar peor; pero que a los 5 minutos se daba cuenta que así no era cómo, y entonces seguía en el camino de la flagelación, porque conformarse no estaba en los planes de ningún cómo. Ni tampoco de un quién que respondiera con su nombre.
Colectivo, corridas, calor. Un rincón cómodo dentro de lo incómodo, que me permita esconder mi cabeza en un libro, y sobre todos mis ojos de aquellos otros ojos que desde el segundo asiento saben que nos conocemos, y se esconden en otras hojas, en otras líneas. Esa es la única forma en que podemos encontrarnos, después de compartir 10 años juntas en el colegio. Gloria a Facebook. Así tampoco es cómo.
“Esto no es lo que quiero”, me digo. Y entonces, ¿qué quiero, qué espero?
Un cómo, varios qué, alguna que otra negación. Y súbitamente, descubro que hoy es como si tuviera otros ojos, diferentes, que no fueran míos. Y decido ponerme a escribir que aunque parezca un día como los otros, hoy no lo es.

lunes, 18 de enero de 2010

¿Que es una ficción? Es posible.

A veces, los textos me encuentran a mi sin que yo los busque. A veces, las palabras que yo no se ordenar, están ahí, ya dichas por otros, para que yo me regocije leyéndolas...

"A pesar de mi escepticismo me ha quedado algo de superstición. Por ejemplo esta extraña convicción de que todas las historias que en la vida ocurren tienen además un sentido, significan algo. Que la vida, con su propia historia dice algo sobre sí misma, que nos devela gradualmente alguno de sus secretos, que está ante nosotros como un acertijo que es necesario resolver. Que las historias que en nuestra vida vivimos son la mitología de esa vida, y que en esa mitología está la clave de la verdad y del secreto. Que es una ficción? Es posible, es incluso probable, pero no soy capaz de librarme de esta necesidad de descifrar permanentemente mi propia vida."
Milan Kundera- La broma

Sobre Casas vacías de Brenda Navarro

  Casas vacías  es la primera novela de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Está organizada en tres partes;   Primera, Segunda y Tercer...