viernes, 20 de noviembre de 2009

La mentira del reloj

El mundo hoy no parece girar. Parece como si, desde que amaneció, el sol se hubiera quedado en el mismo lugar, exacto, brillando. Parece que va a ser de día mucho tiempo. Los autos cruzan la avenida homogéneos, y yo sólo veo sus ruedas. En la calle, se presiente el diciembre que se avecina. Árboles artificiales compiten en las vidrieras, a cuál más adornado; mientras afuera brillan las hojas de los árboles de verdad, bajo el sol de este mediodía que según parece va a ser eterno.
Y es que el mundo no gira y el tiempo se detuvo, aunque todo indique lo contrario. Aunque la evidencia innegable de los pasos de la gente, me demuestre que en algún reloj, corren las manecillas. Aunque la ceniza en aumento de este cigarrillo que se consume, me grite que los segundos pasan, aunque yo no lo sienta. Aunque las tareas que se acumulan en mi escritorio, me digan que a cada letra que escribo, corre un nuevo segundo. Aunque pase todo eso, el tiempo sigue sin pasar, no quedan dudas.
El tiempo se detuvo en una imagen, en una idea, en un deseo. El tiempo no volverá a correr hasta que yo pueda sacarme esa idea de la cabeza. Y probablemente, cuando eso suceda, el tiempo recomenzará su frenética corrida, atardecerá de golpe, los autos acelerarán desesperados por llegar a sus casas, la realidad centrífuga hará girar el tiempo y los momentos, por todo lo que, durante este día, estuvo detenido. Por toda la energía contenida, detenida por el tiempo que la mantuvo frenada, presa, inmóvil, privada de la libertad de hacer que una imagen se convierta en realidad.
¡El tiempo avanza en forma inversamente proporcional a mis ganas de besarte!

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