miércoles, 21 de julio de 2021

Estado de ciencia ficción

 Hace tiempo que lo sé, pero cada día se vuelve más obvio. Y de la misma manera que hace algunas semanas sentí que la cuarentena-pandemia pasaba a otro estadío, hoy tengo una sensación que podría resumir en *el primer día de la cuenta regresiva*. No me parece ya que queden dudas sobre la evidencia innegable de que rompimos un planeta. UN PLANETA. Todo enterito y perfecto, un montón de ecosistemas formando algo enorme y armónico que se retroalimentaba y nosotros lo alteramos tanto que lo destruimos. A fuerza de intervenciones, de supuestas mejoras, de futuro. Pienso eso y me río ¿qué futuro? ¿Sigue teniendo sentido esa palabra? ¿Vale la pena todavía hacer algún plan más allá de mañana o la semana próxima?

Ayer algo me recordó la frase de Hemingway “Todo sucede de a poco, hasta que todo sucede de repente”, que me trajo a la memoria algo que escribí hace mucho "Ahora que todo llegó, todo pasó". Me sentía de una manera similar, una mezcla de nostalgia de lo que pudo haber sido, de muerte inminente, de duelo inevitable. Solo que esta vez será la mía y la de todos nosotros. ¿O solo será una purga y algunos sobrevivirán/sobreviviremos?
Por eso abrí este nuevo espacio, siento que todo esto no cabe en otros lugares. Que el mundo se hace mierda y yo ¿qué hago? ¿Sigo escribiendo? No estoy segura de si vale la pena, no creo que sirva para algo, pero sí se que no puedo dejar de hacerlo. Tal vez, cuando no pueda tomar agua porque ya no haya, ¿me preocupe hacer otras cosas? Pero ¿qué cosas? ¿Qué podría hacer?
¿Qué sentido tiene escribir si los peores escenarios imaginados por la literatura le van a tener miedo a la realidad? ¿Habrá llegado el momento de hacer el camino inverso? ¿El de imaginar unos páramos en los que la vida resurja? ¿Qué hay después de la distopía? ¿Los marcianos sabrán revivir un planeta marchitado? ¿Quién escribirá las páginas de esta historia, si nadie puede ganar?
Siempre supe que esto era una posibilidad, pero no voy a negarlo: pensé que faltaba mucho, que a mí no me tocaba. Me tocaba, en realidad: cuando mi reloj biológico empezó a gritar, decidí que no iba a reproducirme porque no quiero traer a nadie más a este mundo. Pero ese debate era sobre otra persona, más allá de mi misma, de una posibilidad. Me tranquilizaba creer que el desastre que estábamos generando no lo iba a ver y me libraba de ciertas responsabilidades saber que estaba haciendo todo lo que, creía, era suficiente o estaba a mi alcance. Hoy se que no, que no hice ni hago lo suficiente pero que tampoco está a mi alcance arreglar esto. Evitarlo ya no se puede y eso es lo terrible. Ya no lo evitamos. Ya no podemos usar el verbo evitar en relación a esto porque es tarde.  Y cuando digo esto, hablo de nuestra propia extinción. Estamos en peligro de extinción, como las especies que veíamos hace algunos años en el Discovery. La diferencia es que nosotros mismos somos el peligro y parece que no nos gusta hundirnos solos: si nos extinguimos, será a lo grande y sin dejar absolutamente nada en pie.
Supongo que no tener ni un gramito de esperanza en nada es un síntoma de este nuevo estado, el estado de ciencia ficción.

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