viernes, 7 de agosto de 2009

Dualidad

Sueño y vigilia, el eterno despertar. Los ojos se abren, se eriza la piel, el corazón se acelera, las piernas se aflojan, los labios se endurecen dando lugar a una nueva forma, y el cuerpo entero es un suspiro. Los pulmones se llenan de aire, y en un segundo, están vacíos.
Una mirada, una palabra, un guiño, una nota musical correcta que toca una fibra sensible, y el cuerpo entero es sonrisa. Bonita es la vida, ayer no tenía nada, me digo, mientras hablo conmigo por la calle y me contesto. Y el mundo parece un lugar digno de habitar, y la ciudad no parece apresarme, y el tic-tac de la vida me es indiferente, y la rutina ya no es tal porque hoy camino contando las baldozas que piso y voy jugando a la rayuela por la calle, y la gente me mira y yo les sonrío, sabiendo que no me entienden, y las nubes juegan a que no son nubes. Juegan, como yo, a ser otras cosas. Se escapan, como yo, de vivir siendo nubes, siempre nubes. Se divierten con la posibilidad de poder siempre ser otras, siempre cambiando, siempre diferentes. Intangibles, inalcanzables, inagotables. Late el corazón.
Y en el medio del proceso en el que la energía se va modificando, cuando cierro los ojos y me dejo llevar, me dejo transformar. Ahora soy nube que cambia a copo de nieve, a cohete, a estrella, ahora es algodón, ahora se disuelve, ahora no está presente. Nota musical equivocada, algo desentona. Abro los ojos, tengo las manos apretadas. Un choque, un golpe. Silencio. No hay energía, ni nubes, ni sol. La vida sin música. Ya creo que no hay cielo tampoco. Todo es una misma masa gris, el día, la ciudad, los edificios, la gente, todo es lo mismo, el mismo tono gris. Yo, íntegra, soy gris. Ahora lo que late es la cabeza, que tampoco late, pesa. El cuerpo me pesa, me molesta. Desearía poder librarme de él. Pero no puedo, no puedo más que arrastrar las piernas. Quisiera dormir, pero no, tampoco. Quisiera que hubiera un submarino en esa boca del subte en el que pudiera estar sola y callada el tiempo que quisiera. No ver, no escuchar más que el sonido agitado de mi respiración, el calor, la sofocación. Empezar a sentir los músculos, que contraídos, comienzan a entumecerse. Sentir como de a poco, pierdo noción del espacio, que cada vez es más chico, y cada vez hace más calor, y ni mi pecho tiene espacio ya para expandirse y respirar. Y me mareo, me asfixio. Tambalearía, si tuviera lugar, pero no tengo dónde caerme. Pero lo intento, y como quien toma impulso para salir a la carrera, a ganarla, mi cuerpo se contrae para llenarse de aire. Lo retengo, me imagino que estoy sumergida en el agua y que soltarlo sería jugarme la vida. Ahora los labios se vuelven a endurecer, se separan milimetricamente, luego más, y más. Y soy un soplido. Un soplido furioso, un viento fortísimo, un huracán, un tornado que sale de mi, de mi boca, de toda mi cara contraída, de mi cuerpo entero deformado...Abro los ojos, despacio. Con el ceño fruncido, aún me cega la luz. Pero late el corazón, y acostada sobre el pasto húmedo por el rocío de la mañana, parece haberse ido mi cabeza. Soy parte de esa húmeda sensación en mi espalda, de la tierra que rodea mis piernas extendidas, mis brazos extendidos, mis 20 dedos separados lo más que pueden, para sentir más, para que no se les escape nada. Pasa sobre mi una nube, me recuerda que siempre, pero siempre, puedo elegir jugar a ser otra forma.

Despierto, de espaldas en mi cama, siento latir el corazón, estoy viva. De eso no caben dudas.

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