lunes, 31 de agosto de 2009

Tormenta en primavera

Como si hubiera abierto de golpe, y de par en par, la puerta del lugar donde dormían las emociones guardadas, prohibidas, pisoteadas, enterradas y encadenadas a la aparente seguridad de no sufrir poniendo tanto blindaje, una revolución tuvo lugar. Tiene lugar hace algunos días. Como si me hubiera humanizado casi como por arte de magia, y en el mismo instante, hubiera descubierto que no era humana hasta hacía un segundo, que era una simple marioneta, una muñeca, una superficie y un gran hueco interno. Y si bien, ahora…más vulnerable, también más ligera, capaz de dejarme despeinar por este viento cálido que hoy sopla a mi alrededor y me invita a sentarme en el pasto húmedo a contemplar una tormenta de primavera.

Nadie pronosticaba granizo, pero igualmente, me senté de espaldas y abrí mi paraguas de madera, por las dudas. Que no me lastimen las piedras, pero que me moje un poco. Que no me sacuda tan fuerte el viento, pero que con su concavidad, lo envuelva mi paraguas, sólo por las dudas, que no se escape del todo. Una eterna contradicción auto generada, una insatisfacción evitable. Una tormenta desperdiciada por miedo a mojarme. Qué ilógica soy a veces conmigo misma, qué injusta.

Y cuando me quise dar cuenta, la tormenta eran lágrimas que rodaban por mi cara sin pedirme permiso. Lágrimas si, que no eran tristes, que no canalizaban angustias ni gritaban dolor. Eran lágrimas dulces, para recordarme que estoy viva. Y que vivir es jugarse, o no lo digo siempre? Jugarse a fondo, aunque se tenga miedo. Porque el miedo no es más que un impostor que siempre nos muestra el pasado, porque nos paraliza y nos atonta, nos recuerda siempre lo que hicimos mal y nunca nos felicita. Nos embauca con sus artilugios y nos invita a ver siempre el camino más fácil, el menos comprometido, el más superficial, ese camino en el que no hay piedras, pero tampoco emociones ni subidas, ni bajadas. Kilómetros y kilómetros de una llanura inalterable. Me aburro de sólo pensarlo. Y sin embargo, a mi también me engañó el miedo.

Me engañó diciéndome al oído que sea racional en lo irracionalizable, pidiéndome la incoherencia de actuar en forma unánime, cuando yo misma luchaba contra mi, cuando yo misma me boicoteaba, y proyectaba teorías ilógicas pero muy fundamentadas, que a los cinco minutos eran categóricamente refutadas por un cruce de miradas, o una caricia al pasar, o por desear, simplemente, cosas que yo misma me prohibía.

Hasta que una nube, como un telón, se corrió y dejó pasar un gran rayo de sol. Y ahora, cierro mi paraguas y de frente a la tormenta, me sonrío pensando en cómo me gusta hacer todo al revés. Mientras las gotas, tibias por el calor del sol, me hacen cosquillas en el pelo, en el cuello, me impiden abrir los ojos, me recorren la espalda hasta que la piel se me eriza, hasta que mi piel las absorbe, hasta que me llega a los huesos. Hasta que la tormenta de afuera, está acá adentro. Y truena. Refresca. Alivia. Renueva. Sorprende. Hace temblar y sonreír, pero ya no da miedo.

1 comentario:

  1. Qué bueno no tener miedo, permitirse, disfrutar de eso sin ningún temor. Sólo dejando que nos llegue al alma, que nos atraviese.

    Te quiero, Lunita

    ResponderEliminar

Sobre Casas vacías de Brenda Navarro

  Casas vacías  es la primera novela de Brenda Navarro (Ciudad de México, 1982). Está organizada en tres partes;   Primera, Segunda y Tercer...