miércoles, 9 de junio de 2010

Microvida

Con la intensidad de miles de caballos, que seguramente serán blancos, tirando con sus patas traccionadas; sus crines, también blancas, meciéndose con el viento; los ojos achinados por las pequeñas partículas de tierra que, con violencia, golpean su rostro enjuto; allá va la microvida y no la volveremos a ver.
Ha nacido. Con un grito llegó al mundo. Pestaneó, no podía creer lo que efectivamente veía, pero a medida que su visión se fue aclarando, y a la vez que dejaba de ser un bebé, pudo empezar a palpar, a tocar. Dejo de tener miedo, microvida, del sabor que la rodeaba.
Empastada de colores y sabores, barro, chocolate y temperas...microvida juega a que sigue siendo niña, mientras crece, indefectiblemente, crece. Sin parar, sin poder siquiera detenerse a pensarlo, crece y crece microvida. Y tanto crece, que no se da cuenta que ya las piernas se hicieron lo suficientemente largas para que la cabeza alcance el techo. Y microvida, que aún quiere jugar, no ve más remedio que sentarse.
Y sentada, pensando en lo que le gustaría seguir jugando con temperas de colores, muere microvida, sin más.

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