viernes, 2 de julio de 2010

Las puertas de la percepción.

Mi cabeza es un Frankenstein de cosas, de las más variadas. Hay recuerdos, imágenes, voces, situaciones, dudas; pero hay también, sobre todo, algo indefinible. Kundera me entendería. Hay algo que tiene forma de realidad velada y desdibujada, de vaho de realidad, de mentira transformada que es verdad por ser creída, de verdad que es mentira por ser descubierta. Hay un aire enrarecido. Hay un clima raro en mi cabeza, y una obligación personal por consultar al servicio meteorológico de mi intuición: no suelo hacer pronósticos errados. Puedo fallar por horas, pero el concepto suele ser correcto. Si te digo que es carnaval, diría mi papá, apretá el pomo.
Quizás por haber nacido para mirar lo que pocos quieren ver, más de una vez me toca ver cosas que, de poder elegir, dejaría en la oscuridad. Pero acá, no hay oscuridad. Y yo siento, indefectiblemente. Siento, veo, percibo, olfateo y casi tanteo esto que no puedo nombrar, porque me horroriza un poco. Me horroriza o me deleita, no sé, qué extremos que de tan opuestos quizás se tocan. Lo que me pase a mí es anecdótico, de todas formas. Soy un simple espectador y quizás, hasta el mismísimo director.
Las dualidades, las variantes, las posibilidades. La naturaleza humana, la vida, los errores, las puertas de la percepción y los delirios persecutorios. Todo lo mismo.

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