martes, 20 de julio de 2010

Un largo pasillo.

Los recuerdos son confusos, porque sigo estando en el mismo lugar que en aquel entonces, pero la realidad era muy distinta. Todo, en mis recuerdos, tiene otras dimensiones. El pasillo era largo e interminable, húmedo, oscuro por partes y con grandes claridades en otras. Desde la puerta de la calle, la entrada a aquella casa vacía era como el pasaje a otra dimensión, a otros tiempos, cuando vivían allí esos seres oscuros, que mi gran imaginación transfiguraba en brujos, sospechando que en ese comedor se preparaban las pócimas más dañinas que ningún dibujito animado hubiera imaginado nunca, ni siquiera el malvado Gárgamel. Y mientras nadie vivió en ella, solía acercarme, en puntas de pies, para escuchar a través de la fría chapa de la puerta, segura de que aunque se hubieran mudado, seguían viviendo allí.
Hasta que un día, sentada en la puerta de mi casa, vi llegar a "los nuevos"...los que iban a ocupar ese territorio inexplorado llamado, a secas, el fondo. Miento si digo que no tuve miedo y que no sentí que fueran intrusos de mis fantasías, que venían a robarse mis ratos de espionaje mágico, porque ahora sí iba a vivir alguien y espiarlos sería incorrecto. Los miré llegar con intriga, y un poco de melancolía, algo de esperanza y, en el fondo, una profunda curiosidad. Quizás aún más fuerte que la que sentía por los monstruos que ahora me abandonaban definitivamente.
Primero con timidez, con la inocente timidez de la infancia, y luego con entusiasmo, empezamos a construir una especie diferente de la amistad que yo conocía hasta el momento. No eran los amigos del colegio, no eran los amigos temporales de la colonia. Era una amistad distinta, que estaba ahí...a pasos de mi puerta y que ahora iba a buscar ya no en puntas de pies, sino corriendo descalza, atropellada por mis propias ganas que hacían que las distancias fueran más grandes que las reales. Quizás por eso, las dimensiones son confusas en mis recuerdos.
Y así, el largo y humedo pasillo que nos unía y a la vez, separaba de la calle, se transformó en otro lugar. En el territorio de guerras libradas por batallones de soldaditos de plástico, en los departamentos increíblemente grandes de nuestras falsas Barbies, en ciudades de Pinipones, y en cualquier cosa que se nos ocurriera, porque aquel pasillo era nuestro. La patria de la infancia, es aquel pasillo que hoy recorro y que todavía tiene un susurro de niñez, muchas carcajadas a lo lejos y unas cuantas figuritas pegadas en la pared.
Ya pasaron 14 años desde aquellos días. Y no sólo los años...pasaron litros de agua en pavas y termos, kilos y kilos de yerba, montones de palabras inventadas, noches de confesiones, noches de estudio, noches de risas (que siempre están presentes, hasta en los peores momentos), consejos varios, interpretaciones de lo más ilógicas, aceptaciones más que lógicas, desmayos en boliches, camas compartidas, análisis de sueños. La pequeña amiga que jugaba conmigo a Los Locos Adams, con la que hacíamos interminables listas de cumpleaños, repletas de regalos imposibles, con la que tomamos las chocolatadas más dulces del mundo y con la que aprendimos todas las posibles acepciones, conjugaciones y deformaciones de las palabras y los sentimientos...hoy es mi gran amiga, la que me agarra de las manos cuando quiero romper todo o saltar al vacío, la que pone el hombro y llora conmigo, la que sin exceso, siempre me dice palabras justas. Aunque a veces no sea lo que quiero escuchar, claro. Mi gran amiga, que siempre está dispuesta a sentarse conmigo en el piso y volver a ver la vida desde ahí, donde todo era más simple estando juntas. ♥
Y aunque ya nada es lo que era...lo que venga vale la pena si en mi camino estás vos!

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